Fracasado.
Fracasado.
Así me siento.
Lo de ayer, por ejemplo. Oí aquello en las noticias y me faltó tiempo
para saltar al teclado y sacar esa tormenta que me venía rondando y convertirla
en una entrada de blog… Una que no he
parado de releer y reescribir: puliendo, precisando, intentando encontrar el
camino para tanto. Horas y horas: hasta
hace escasos minutos, en realidad. Y si
lo dejo, es por agotamiento. Me rindo.
En su lugar…
El plan que tenía para ayer era escribir un
cuento. Veréis, tengo una especie de
pacto con Dios: si Él me envía una idea, yo escribo el cuento. Algo simple.
Y ayer le fallé.
Y me fallé a mí mismo. Y a cualquier pretensión de seguir con la cabeza por encima de la línea del agua que va subiendo, tratando de ahogarme...
Había un concurso de relato breve cuyo plazo de
presentación acababa ayer. Me hacía tilín: no tanto por el jugoso y tentador
premio, no. A esas cosas se presentan
cientos de personas y mucha suerte sería (ja, como si me sobrara) ser el
elegido.
No. Era
porque el mero hecho de terminar una historia es para mí una pequeña victoria;
algo personal, que nadie puede arrebatarme.
Fijaos con qué poco me conformo.
Y haberlo enviado hubiera redondeado la satisfacción…
Además, no hubiera sido la primera vez ni la segunda
en que pongo algo sobre el papel y lo envío in
extremis. Sé que por poder, puedo. Pero me encabezoné con lo otro, con lo de los
actores perdidos…
El domingo por la tarde publiqué unas líneas en
redes. Me picó lo entrometido de aquella
pregunta, “Qué estás pensando”. Y lo
solté.
Que ni salud, ni dinero ni amor, gente...
(Ni buena suerte, ya habrá quedado claro).
Y no es de extrañar.
Me siento viejo.
Vencido.
Tanto esfuerzo, toda la vida; tanta lucha. Tanto cariño y tanta voluntad. Tanto, tanto, tanto… ¿Para qué?
Pese a todos mis logros, mi vida no cuenta. No importa.
No es nada.
He perdido… Mucho.
Casi toda mi esperanza. Mi
confianza, mis ilusiones… Reducidas a
casi nada.
Vivo por inercia, por rutina. Resuelvo el día a día a duras penas. No veo luz al fin del túnel.
Seguiré un tiempo más, supongo; y sí, con más pena que gloria. No sé qué voy a hacer. Bueno, hoy sí. Toca revisar recibos, hacer la rendición
trimestral de cuentas… Esas cosas,
hacerse cargo de lo inmediato.
“¿Vas a escribir el cuento, de todos modos?”. No, no creo. Ya da igual.
Además, era una idea difícil de dejar bien. No me veo luchando para que despegue y
funcione.
Nunca se sabe.
Quizá el aburrimiento -hasta el hastío- me moleste y me vuelva a poner en
marcha. Quizá termine por ponerme con
algo, sea lo que sea, tan pobre o sorprendente como resulte.