Lluvia.
Me gustan los días de lluvia. Bueno, lo que me gusta es que el tiempo cambie. Nada de pegarse cuarenta días seguidos de sol o dieciocho de niebla: en cuanto a las travesuras de la atmósfera baja, soy de los que opinan que en la variedad está el gusto. Hoy, no tanto. La lluvia, quiero decir. Me moría de ganas de salir a andar, un paseo largo de esos que cruzan el callejero viejo y roto que guardo doblado en la balda del taquillón que antes servía de base al teléfono de casa (lo que la caprichosa modernidad ha acabado por etiquetar como "un fijo". Me temo que, a la larga -quien más, quien menos- todos seremos eso: "fijos". Escasos y repetitivos en el poco fiable registro de la memoria, ay). Pero últimamente la lluvia manda. Hay que resignarse, quizá incluso saludarla con una sonrisa. Pese a los inconvenientes que suponga para el día de cada cual. Lluvia, bendita agua. Fría en el rostro, los hombros y la ropa mojada. ¿Os hab...