De repente, una cara conocida.

Tenía la tele puesta.  En uno de esos canales que no saben con qué llenar todas las horas del día y la noche -tantas, demasiadas- ponían un episodio de una vieja serie americana, una de hace cuarenta años.  

De repente, veo en pantalla la cara de un chavalín; y algo encaja dentro de mi cabeza, con la consiguiente dosis de sorpresa y asombro.  Le pongo nombre, el de un actor bastante conocido hoy día.  Uno que ha participado como coprotagonista en muchas, muchas comedias...

Estoy casi seguro de que es él, pero quiero tener la certeza absoluta.  Conque me lanzo a una búsqueda rápida por Internet y sí, en menos de cinco minutos lo he comprobado.  "Vaya", me maravillo.  

Es al revés que en ese viejo chiste de Eugenio:  "Doctor, vengo a que me reconozca".  "Pues ahora mismo, no caigo..."  (Bueno, ¿verdad?)

No es que a mí me pidan darme cuenta de quiénes son, pero lo hago.  O me ocurre: como lo queráis ver.

Otra vez el domingo pasado, ya avanzada la tarde.  Yo, viendo en internet cortos premiados; un personaje, el de una mujer, que apenas sale de refilón y más de espaldas que otra cosa...  Y diez minutos después, casi al final, reaparece para el desenlace (cosa de cinco segundos o así) y PUMBA, lo mismo.  

Sé dónde he visto esa cara: de secundaria en una serie británica, pero con quince años menos.  Una vez más, me aseguro...  Y sí.  No sabía cómo se llamaba aquella actriz; pero es comprobarlo y allí está.

Un lince, pensaréis...

Qué va.

Hay veces que dudo con las personas que me encuentro por la calle.  Sobre todo, si van con gafas de sol.  Es como si me hubieran puesto delante un telón de teatro, uno de los gruesos: de repente, no lo tengo tan claro.  E incluso me puede pasar completamente desapercibida gente con la que me paro a conversar de cuando en cuando...

O si es alguien a quien no trato desde hace un tiempo y la veo de perfil a siete u ocho metros.  Me ocurrió hace poco.  Ahí me acerqué y dije su nombre, se volvió...  Mira tú, acerté.  Pero de chiripa: estuve a punto de no atreverme, hasta ese punto no hilaba si sí o si no.

Una faena.  Porque uno, aunque tímido, es mucho de saludar a todo bicho viviente.  Pero como doy para lo que doy, puedo parecer un perfecto antipático cuando no es el caso ni de lejos.

¿Qué más...?

Últimamente estoy pasando una larga racha de mala salud.  Hay días de tira que te va y hay días (y semanas) malos de narices.  Eso le pasa factura a la cabeza de cualquiera.  

Ha habido días en que me miraba al espejo y me costaba reconocerme en esa persona tan gastada.  Me refiero a que hube de poner esfuerzo para verme en esos ojos, en esa cara baqueteada por la vida...  MI vida, permitidme la corrección, y sus circunstancias.  

Y haces lo que puedes.  Te lavas la cara con agua fría unas cuantas veces, te das palmadas en la piel curtida para acabar de despertarte, te afeitas y te repeinas por enésima vez intentando encontrar un orden, algo que encaje con lo que sea de esperar.  

Lo acabo consiguiendo; de entrada, un atisbo y después...  Yo o -al menos- el cuerpo en el que viajo, tantos años de servicio que ya tiene un cierto aire antiguo.

A ver, ¿a qué venía todo esto?  ¿Qué era lo que os quería contar...?  Ah, sí.

Una vez más, mi mando de la tele y yo.  Voy bajando canales y llego hasta donde pretendía.  De repente (pues así funciona y seguirá haciéndolo), una cara: la de otra mujer -quizá de mi edad- contestando a algo en las noticias locales...  Agh.  Perdón, regionales o autonómicas; pero ya me entendéis.

Cosa de un instante.

Y desaparece.

Pero vuelvo a sentir el relámpago saltar dentro mío.  Una súbita chispa de luz, pronto perdida tras chocar entre a saber qué esquinas de los innumerables recovecos del largo y churrigueresco laberinto de mi memoria y acabar apagándose en fallo y derrota...

Derrota, sí.  Porque no sé su nombre, no sé quién es...  

Pero sé que la conozco.  Aunque no la he visto en mucho, mucho tiempo.  Y no tengo forma de volver a hacer aparecer ese rostro delante del mío...

Y cierto vértigo (prendido de una punzada de ansiedad y envuelto en una curiosidad inmensa) me desequilibra y me abruma; me inquieta y me apremia.  "¿Quién eres?  ¿A qué ha venido esto?"

"¿Cuándo nos hemos de volver a ver?  ¿Me acordaré de este momento?"  

Y...  "¿Te reconoceré, siquiera?"

A ver, bastante tengo con lo que tengo.  

Esto sólo es algo más que echarme a la espalda.  No puedo permitirme el lujo de prestarle más atención ni dedicarle más fuerzas hasta que, por sí solo, el tiempo decida si lo resuelve o no...

Ahora mismo, llueve fuera de mi ventana.  

No me importa.  Vivo en días de lluvia.  Pero sé que, aún así, de cuando en cuando veo el sol pintar de suave luz dorada los edificios de enfrente poco antes de mandar la tarde a dormir.  

Y con ello cuento.


Entradas populares de este blog

Lluvia.

Diccionario antes de dormir.