Cosmología e ignorancia.
A veces pienso en el borde del universo.
A ver, no: no estoy hablando del tío más
desagradable que existe (un campeón de campeones entre los odiosos). Qué va.
Me refiero a un lugar. El lugar más interesante de todos…
Tampoco quiero decir que esté allí (es imposible). Quiero decir que pienso acerca de ese lugar. Y le doy vueltas al tema, lleno de
asombro.
Sin saber prácticamente nada de nada. No es que importe. ¿Cuándo nos ha impedido la ignorancia darle
vueltas a las cosas?
Ya lo sé, ya lo sé.
Bastante tenemos con nuestras pequeñas vidas, aquí y ahora. Pero… Fantaseo
y me puede. Y se me lleva hasta allí.
Al borde del universo. Donde la ola de la existencia rompe contra… ¿Contra qué, exactamente?
Y la mera idea me abruma.
No sé prácticamente nada de Cosmología, la ciencia que estudia el universo. En otro tiempo hubiera terminado la frase anterior así: “…el universo, la existencia, la realidad.” Sí, sí, en serio. Lo hubiera hecho. Pasa por culpa de la imprudencia y la prisa, ya lo he apuntado en alguna ocasión.
Pero no hoy. Hoy toca hilar más fino.
Y no creo que pueda, la verdad. No demasiado.
Aquí entramos en lo patente del inmenso océano de mi
ignorancia respecto a ese territorio que se han tomado la molestia de ir imaginando Hawking, Penrose y tantos otros con sus modelos de números y
ecuaciones a las que asignar significados que se pueden discutir, probar,
afinar o rebatir. La ciencia en marcha.
Pero es tan tentador… Así que vamos a por ello. A por lo que creo que sé (y quizá no sea
así). Aunque antes…
Hay otro lugar igual de interesante (“¡Empatados!”) y ése es el punto de origen, justo
donde se dio el Big Bang. Cuando digo “punto” hablo del término en sentido matemático estricto: algo sin dimensiones
espaciales (ni largo, ni ancho ni alto).
Una mera marca en nuestro discurso lógico para indicar el lugar.
Si quieres plantar bandera ahí, con toda seguridad te sales.
Se puede hacer una búsqueda en Internet y hallar gráficos acerca de los brevísimos intervalos de tiempo que siguen de inmediato al Big Bang: con un calor que ríete de Zaragoza en Agosto, superinflación del universo recién nacido y la aparición de las primeras cosillas que caben en una distancia de Planck, de esas que terminan en “-ones” y puede que sean materia o no; pero si lo son, según cómo las veas giradas -así o asá- hasta les cambia el sabor. No, no se trata de chocolate o vainilla o... No. No va por ahí. Quiere decir que su función es distinta. Dejadlo de momento. Y mejor no me hagáis entrar ahí, que me pierdo fijo.
Y sí, se me ocurren preguntas. Un buen montón. Pero seguro que están más o menos contestadas
en el texto con la versión oficial del asunto justo debajo de esos gráficos tan
chulos de los que hablaba en el párrafo anterior. El día en que no pueda más, me lo he de leer
con calma. Y aprender algo, que ya va
siendo hora.
Conque… Al
grano. El borde del universo.
Que es la repanocha.
Sí, vamos con mis ignorancias e imprecisiones, que me
figuro harían palidecer a un vaso de naranjada industrial, de la de antes de
polvos. Avisado queda.
Me imagino un universo expandiéndose a la velocidad de la luz (de forma más o menos constante tras esos primeros segundos más locos y raros de justo después del Big Bang). Alguna vez he leído en algún sitio que el universo tiene un radio de trece mil millones y pico de años luz, una distancia que se corresponde con el camino que la luz en línea recta podría haber ido abriendo en el tiempo correspondiente… Conque voy a suponer que sí, que es correcto.
No comprendo de manera intuitiva eso otro de que el universo sea básicamente plano. Lo lógico sería esperar que fuese esférico, ¿verdad? La luz se esparce en todas las direcciones… Pero parece que no, oiga. Plano. Yo me quedo con eso y me imagino una hoja de papel. Pero claro: el grosor de una hoja de papel es algo a considerar. Una fracción importante de su largo o su ancho… Que aplicada a ese diámetro bestial de veintisiete mil millones largos (creo, no me he parado a revisarlo) de años luz, sigue siendo una loncha de las gordas.
Y sí, a estas cosas les doy vueltas en mi cabecita
cuando me aburro. No siempre, pero… En fin.
Hale, seguimos.
Lo de las direcciones, eso del ancho, largo y alto… En algún libro (creo que en uno de Michio Kaku) leí hace años que hay un par
de modelos bastante probables acerca de la cantidad de dimensiones del universo. Uno decía que quizá once, otro que veintiséis
y, ejem, tiro de memoria, así que no pondría la mano en el fuego… Bueno, ni aunque estuviese seguro. Pero ya me entendéis. Esos números correspondían al rango de ciertas matrices
cuadradas y al menos en una de ellas cabían bien estructuradas las ecuaciones
correspondientes a las cuatro fuerzas básicas del universo: la gravedad, la
nuclear fuerte, la nuclear débil y la electromagnética (espero haberlas
nombrado bien). Puestos a encajar una Teoría del Todo…
Y os diré que en cierta ocasión intenté resolver un
problema geométrico en el plano y entendí que la única solución era usar
números imaginarios y que eso me sacaría del plano a las tres dimensiones. Vamos, que meter números imaginarios aumenta
una dimensión el escenario del problema, pero permite resolverlo… Al menos ahí, entre la segunda y la tercera
del espacio. Aunque claro, batallitas de
viejo: no me acuerdo del problema, estoy divagando y voy a acabar por
distraeros.
Venga, que se me va la cabeza. Todo este rollo venía a que pienso en el
universo en expansión, justo ahí en el límite donde está creciendo… Y una posibilidad de lo más posible es que sea el borde entre la existencia
y la no existencia. Por así decirlo, el activo filo de la Creación.
Uno que se mueve muy, muy deprisa y al instante
queda lejos, lejísimos del sitio en que estaba un segundo antes.
Y no puedo abarcarlo dentro de mi cabeza.
¿Cómo ocurre?
¿Cómo se pasa de la no realidad a la presencia de la realidad? ¿Es la luz avanzando sin resistencia la que
aporta energía y construye la idea y de hecho la presencia de espacio (cuatro-pi-por-diez-elevado-a-una-barbaridad metros cúbicos de súbita existencia, todos nuevos en el lapso de un
segundo) y tiempo y todas las otras dimensiones que quedan hasta las once o
las veintiséis (o las que sean)? ¿Qué
rayos sucede ahí?
Porque, ya perdonaréis, esas dimensiones que quedan
dan una cantidad de juego para estructurar y ubicar y reetiquetar que también
resulta… No sólo resbaladizo. Difícil, casi imposible de asimilar. El inevitable salto de punto de vista sugiere sorpresas de las de acabar sobrecogidos para una buena temporada.
Creo que era Sócrates el que decía aquello de “Sólo
sé que no sé nada”. Qué queréis, siempre
me ha parecido que la frasecita de marras tiene cierto tufillo a falsa modestia… Pero el contenido básico es cierto: pese a
toda nuestra cultura, sabemos muy poco, poquísimo, tirando a nada. Nuestros científicos y eruditos más, desde
luego… Pero queda tanto por descubrir,
tanto por entender, tanto por saber…
Se suele decir que somos pequeños como motas de
polvo comparados con la vastedad del universo.
Pero tenemos la curiosidad y, como decía al principio, nos encanta poder asombrarnos ante cada nueva maravilla.
Me da que eso nos va a tener entretenidos mucho tiempo. Puestos a ser precisos –y de esto, mirad, estoy
seguro- mientras queramos.