Exageraciones
Uno, que ve más tele de la que debería, acaba hasta
la coronilla de escuchar según qué barbaridades. Algunas son recurrentes: se han convertido en
una moda. Y la gente las suelta sin
despeinarse.
Voy enumerando.
La primera: “No descansaré hasta que…” Lo dudo mucho.
La gente a la que le preocupa un problema tanto como para dormir muy
poco o nada no suele ser de las que suelta discursos ni lanza arengas. Y, vamos a dejarlo claro, eso del “No
descansaré…” suena a discurso y arenga.
Así que no creo que al orador le vaya a ocurrir lo de no dormir durante
una, cuatro, sesenta noches.
No es más que una figura de expresión, claro: para
exagerar el compromiso de alcanzar la supuesta solución.
Lo cierto es que el cuerpo tiene unos límites y el
agotamiento lleva al sueño antes o después y quieras o no. Te lo dice alguien que ha convivido con el
insomnio mucho, mucho tiempo (y sólo ocasionalmente duerme tanto y tan bien
como le convendría).
Si ese problema del que se habla (y ante el que se
presume de no pretender descansar) es grave, quiero que la persona que se ocupe
esté en buenas condiciones físicas y mentales para afrontarlo. Y si el problema grave es además urgente, lo
necesario es que se ocupen de él varias personas bien coordinadas para poder
descansar y tener la cabeza clara. ¿O
no?
Dado que no es más que una exageración, usar esta
expresión para hablar de un problema grave es una frivolidad. Suena a algo manido. Suena falso.
No toca, punto y aparte. Sobra.
Número 2: “Voy a dejarme la piel”. Literalmente, sería doloroso y un auténtico
asco. ¿En realidad? Nada que ver, otra exageración. Otra falsedad improcedente.
Si dijesen “…me esforzaré…” podría colar como algo
que se debe hacer. Y otra cosa muy
distinta es que se lleve a cabo ese esfuerzo: puede que quien sea, cumpla... O puede que no. Eso de “…la piel” suena a
disculpa y a excusa. Y a distraer la
atención acerca de si cumplirás o no.
Tres: “En mi casa me matan”. Esta tontería suelen decirla los concursantes
que se equivocan al responder una pregunta ante la que se hallaban
completamente perdidos y cuya respuesta –una vez dicha y asimilada- resulta
obvia.
La supuesta ejecutora de dicha muerte inminente
suele ser una persona conocida y cercana: un familiar, una amistad, esas
cosas. Por ejemplo: si alguien falla a
la hora de contestar “un pato”, a continuación pone cara de funeral y deja
caer: “Mi primo me mata. Es el
presidente de su Club de Ornitólogos y cuando viene a casa no para de hablar de
pájaros…”. O si no acierta a contestar
“harina”, saltará con un “Mi madre me mata.
Toda la vida diciéndome que tengo que cocinar con ella y que me va a
enseñar a hacer las tortas de aceite con la receta de mi abuela…”
Lo cierto es que nadie le va a tocar un pelo al
concursante torpón de turno. Puede que le pongan ojos de “Anda, ya te vale” y se lo digan en alto. Quizá se le rían cinco minutos. Como mucho, en caso de tratar con alguien
verdaderamente intransigente, le reñirá sin más: “Pero Chema, ¡llevamos toda la
vida veraneando en Salou! ¡Salou! Cinco letras y ya tenías cuatro, ¿cómo es
posible…?”
En fin, por dejarlo claro: eso no es que te
maten. No se le acerca ni de lejos. Sencillamente, no va a ocurrir.
Las tres expresiones ya comentadas
comparten algo: un cierto punto de vista, uno de presión exterior y victimismo. Algo que está arraigado en la forma de pensar
(o quizá, de no pensar) de nuestra sociedad.
Se me ocurre que convendría usarlas lo menos posible hasta que
desaparezcan.
Como convendría hacer con la siguiente expresión a tratar:
“De
hecho…”
Se oye a todas horas. Hay personas que la repiten muchísimo: parece
que no sepan explicarse sin usarla como motorcito de arranque. Menuda tabarra.
Confesión: yo también lo hago, me sale
automáticamente. Casi como a cualquier
hijo de vecino. Un desastre.
Llevo un tiempo procurando quitármela del
discurso. Procuro prestar atención a lo
que sale por mi boca y me chincha encontrármela. Y se me ha ocurrido un truco que utilizo, conmigo
y con los demás…
Cada vez que oigo ese “De hecho…”, pienso para mí: “Berberecho”.
Y si lo digo yo, lo suelto en voz alta.
Suena fuera de lugar, ridículo e incluso un poco
surrealista. Me ayuda a ser consciente de su triste presencia.
¿Qué significa “De hecho…”? ¿Que lo que te voy a contar a continuación es
algo cierto (y probablemente desconoces)?
Si la expresión la usa cualquiera, incluso cuando no sabe de qué habla…
Parece que se pretenda respaldar lo que decimos,
darle cierto cariz de fiabilidad, ser una autoridad en la
materia. Pero no tiene por qué ser
cierto. Es algo innecesario salvo para alguien
a quien le cuesta arrancar a hablar, quizá porque no tiene la costumbre de
decir las cosas como son: claras, directas, lisas y lasas.
Algo más a desterrar, entonces. Ya sabéis: “Berberecho”. Quita mucho la tontería.
Quinta exageración improcedente: llamar
“héroes” a los jugadores de fútbol por marcar goles.
Ésta resulta casi dolorosa. Un héroe (o heroína, qué más dará) es alguien
que se juega su integridad física por salvar la de otra persona. Marcar goles no es heroísmo: sólo parte del
trabajo del futbolista (y ocurra o no, seguirá siendo futbolista; y puede que muy bueno).
“Es que a veces a los futbolistas les hacen entradas
graves y los lesionan”. Cierto, eso
ocurre. Es terrible y no me gusta. Es algo que no debería ocurrir en el deporte. Lo lamento y espero que se recuperen cuanto
antes.
Pero eso no los convierte en héroes. Ni en mártires, ya puestos.
Eso sí: a los futbolistas, como a cualquier otro
deportista de competición, se les puede tratar con otro adjetivo: “campeones”.
Un campeón es el que defiende una causa, tanto si
gana como si no. Cuando el equipo de tu
pueblo tiene partido, sus jugadores son vuestros campeones (y llevan vuestros
colores y vuestro escudo). Lo dicho:
ganen o no. No importa.
Por desgracia, se ha impuesto en el habla que
“campeón” es el que gana el campeonato. Ya. Vamos, que para ser un campeón sólo cuente
ganar...
De ahí (lo encuentro muy triste) que con tanta
facilidad se caiga en decir “hemos ganado” o “han perdido”. Qué rápido se sube
uno al carro del vencedor y qué rápido
se abandona cuando las cosas se tuercen, ¿eh?
La deportividad requiere integridad, unos principios. Y lo mismo el mero hecho de ser quienes somos. ¿Apoyar al equipo del pueblo? Se gane o se pierda y, desde luego, mientras dure el partido. A ver, nunca por obligación y, desde luego, sin fanatismos: con ilusión y con alegría. Como debe ser.
Y con dignidad, algo que no debería perderse con
la derrota en un encuentro… Ni debería
perderse al vencer. Hay que saber ganar
y hay que saber perder. Y esa dignidad,
la personal y la que compartimos, es clave para ello. Mucha gente la tiene; por desgracia, también
hay quien no… Y se le ve enseguida.
Claro, si cada vez que salen los jugadores al campo
se les tratara de “campeones” volveríamos a lo de antes: cansancio (hasta el
agotamiento) de los oyentes. Debería
usarse sólo en un partido muy difícil o en caso de juego extraordinariamente
bueno, cuando la defensa de la causa de su club ha sido excepcionalmente
costosa y bien llevada a cabo, cuando merezca destacarse. Incluso si se pierde el partido: a veces se
juega tan bien que, incluso en la derrota, aquello sabe a victoria. Y debería celebrarse como tal.