Un volcán en las noticias.

 

Un volcán ha despertado

en la gran tierra del hielo,

dándome algo de qué hablar…

Vamos, que me viene al pelo.

Un espectáculo inmenso,

os lo suelto cual lo pienso,

salía en la tele ayer

(vista de lejos la vida,

no hay razón para temer):

ríos de roca fundida,

fluyendo del blanco al rojo.

Presumiendo de su arrojo,

siempre sale algún valiente

-o un locuelo, un imprudente;

la cosa ahí, se desdibuja-

que se acerca a ver la lava,

tanta lava incandescente

(“…tanta lava…” suena mal,

pero me ayuda a rimar

pues se ajusta a la medida).

¿A qué, jugarse la vida

con la lava de ultramar?

La nórdica autoridad

-con consejo de eruditos-

siempre marca por si acaso un

margen de seguridad:

“Alejaos un poquito,

no me paséis de esta raya”

( y un “por favor” en vikingo:

la educación, lo primero).

Lo calculan con un pingo,

-un cacharro, un teodolito-

uno que mide y no falla:

“Tantos metros, caballero”

o “…señora agrimensora”.

Los turistas de lo ardiente

se hacen un selfie que luego

se revela inconsecuente:

al fondo el brillar del fuego,

en primer plano la gente

que, a contraluz, no se sabe

quién es; pues en sombras queda.

Seguido, duda no cabe…

Si la señal  lo permite,

lo etiquetan y comparten.

¡Cielos!  ¡Sálvese quien pueda!

Y, mientras, el que remite:

“¡Menuda foto!  Es que el arte

me chorrea por los codos…”

Y la foto viaja a todos

sus amigos, que la ignoran

con un like de circunstancias

y, por salvar las distancias,

un “¿Cuándo volvéis, Manolo?

¿El finde?  Me voy al pueblo…”

O a la playa, o donde sea.

Manolo el aventurero

volverá y estará solo.

Ah, esta España filistea

gusta tanto poner “peros”…

“¡Ignorantes!  ¡Provincianos…!”

se dirá, amargo, Manolo.

Mientras, el volcán vomita

su alma de dos mil grados.

La tierra tiembla y se agita

día y noche; y es de noche

cuando la lava ilumina

aquel paraje arrasado

donde el mundo se termina.

Un mundo agreste, feroz,

hermoso y aterrador.

Bello, sí, estaréis de acuerdo…

Me he perdido, divagando,

la mitad del noticiario.

Casi mejor, ¿no creéis?

Casi mejor me lo pierdo.

Y aprieto el botón del mando

para apagar la pantalla.

La habitación, ahora, calla;

en su silencio me duermo.

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