Rosconero

Un roscón.  Uno pequeño, pero me lo he comido de una sentada.  Tirando de cuchillo y tenedor, os reiréis -seguro-, pero no sabía si parar en algún momento y guardar el resto.  Aunque no.  Ha caído entero.  Y después la cosa es darle tiempo, como a todo en la vida.  Tiempo para digerirlo.

Ese tiempo incluye cierto reposo.  Respirar, claro; pero más tranquilo, más despacio, sin prisa.  Parar; o, al menos, ir a otro ritmo, uno sensato.  Tiempo para la serenidad.

Al santo del día también le atribuimos en esta ciudad nuestra el título de "ventolero".  Hoy no ha sido el caso.  Pero no es raro tener un veintinueve de enero de cierzo frío, del que despeja las calles y obliga a ir bien abrigados.  Son festivos de mañanas luminosas, el sol de enero en su mejor momento.  Recuerdo alguna mañana así, de hace mucho tiempo; cuando el mundo era otra cosa.  Podría ponerle fecha: un enero del ochenta y ocho o del ochenta y nueve...  Y me inclino más por la primera opción.  Simple: por los tebeos que llevaba en la mano, de vuelta a casa.  Y tantos días de San Valero habrá habido desde entonces con un viento parecido...

A eso de las tres de la tarde ha habido un atisbo de claridad, parecía que levantaba la niebla.  Pero no.  Cómo le cuesta...  Cuando dicen en las noticias eso de que "se avecina tiempo estable" (qué manía con la estabilidad) o que "se acerca un anticiclón para quedarse unos días" en invierno, tiemblo por adelantado.  La niebla es oscuridad, humedad y frío; el viento, al menos, limpia el ambiente, lo sanea.  Comprendo que no son todo ventajas con el cierzo; pero yo, desde luego, lo prefiero.

Para salir a la carretera, tanto el viento como la niebla son malas noticias; los dos pueden resultar peligrosos.  Claro que los accidentes que los acompañan no suelen ser culpa suya, como tanto nos insisten en los mismos noticiarios a los que aludía más arriba; sino de la prisa y la insensatez de la gente, a la que parece que haya que disculpar más de lo necesario.  

A medida que me hago mayor, me cuesta más sobrellevar los rigores del invierno.  No es que estos últimos veranos hayan sido un caramelo, ¿verdad?  No con esas olas de calor que baten récords de registro de temperaturas.  Pero el frío, la falta de luz, esa especie de tristeza que los acompaña...  Hacen del invierno un tiempo difícil.  

Solía calcular la mitad del invierno para el cuatro o el cinco de febrero.  Ya casi estamos ahí.  

Toca aprender a pasar el tiempo de frío y poca luz lo mejor posible.  Cuidarnos.  Y aprovechar esos días, sacarles partido.  Quizá incluso nos ayude a llegar a la primavera más fuertes y con más provecho.  Lo sé, no es fácil.  Y hablo por mí mismo.

Os deseo suerte con ello.  Lo dicho, cuidaos.


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