Sí, es esa novela... 44 / Adriana DePail y la Enviada de los Dioses.

 

         -Felicidades -me suelta Adriana en las narices.

          A ver, ¿para qué diablos me hice poner una mirilla si no la uso?

          Por supuesto, me ha pillado en mi estado habitual: la inopia.  Una mezcla edulcorada de campos de trigo dorándose al sol, esforzada maquinaria de relojería cagándose en el desgaste de los materiales de los resortes de cuerda y unicornios jugando a las damas.  Huele a sopita de pollo caliente y a la promesa de dulces para el postre.

           Debido a la enajenación mental que me caracteriza (y que me embargaba hace apenas medio minuto, cuando he oído sonar el timbre y he acudido automáticamente a abrir la puerta), tengo delante al ser que más me aterroriza en el Universo Mundo por delante de los vendedores de detergente telefónicos, las jefas de estudios de colegio de monjas y el inventor del cepo lobero con camuflaje de baldosa de cocina.  Sí, bueno: las fobias de cada cual sólo son raras para los demás. 

          -¿Hola?  ¡Pam!  ¿Oye? –chasquea Adriana sus dedos ante mí.

         Maldición; he vuelto a hacerlo.

         -Sí, sí, Adriana.  Hola.  No tengo ni idea de qué haces en mi puerta y créeme, no sé si quiero saberlo.

         Paren el tío vivo.  Esa risita pijina en una boca perfecta (todos los dientes blancos y a su altura, los labios naturales llenos y perfectamente perfilados) me marea de nuevo. 

         Trato de buscar apoyo en el marco de la puerta.  Fútilmente.  Me tambaleo y por suerte -espera, ¿he dicho de verdad "por suerte"?- Adriana me sujeta.

         -Pam, ¿estás bien?

         Pues sí.  Estoy fantástica.  Buen novio, mejor curro, liberada y autoestimada.  Mi nueva vida, llena de logros y aventuras, me pone la piel de pollo verbenero.  No es que vaya a compartir todo esto contigo, rica.

         -No es nada. 

         Entonces noto algo raro. 

         Me mira.  Y ese mohín, la expectación en sus ojos...

      ¿Preocupada?  ¿Adriana DePail está preocupada por alguien?  Espera, borra eso.  ¿Preocupada POR MÍ?

      ¡Paren las máquinas!  ¡Alguien ha arrojado un saco de cebollas pasadas entre los engranajes que hacen girar el mundo y el pestazo nos hace delirar!

          -Por el amor de Santa Mónica Playera, ¿qué es esa cosa?

           Sí, vale: el petirrojo de alambre está caído sobre la geoda.  Patas arriba.  Para ser un capricho es raro, no parece de buen rollo...  Jolines de fiordo, la coincidencia de llegar Adriana a casa y encontrar el pajarillo haciendo el muerto me pone los pelos como flechas en un carcaj: tiesos y expectantes.

         Y entonces digo la tontería:

         -¿Quieres pasar?

      (¿Qué?  ¡NonononononoNONONONONONO, NO, NO, NOOOOOOOOOOO…!)

          -Claro, gracias.

         Y pasa.  Ay, qué paciencia.

         Una vez demostrada mi capacidad para conseguir justamente aquello que más deseo evitar (cualquier día me voy a proponer no batir el récord de los 100 metros lisos, no acertar a la lotería y no ganar el Campeonato Nacional de Ingestión de Pasteles de Ruibarbo, Calabacín Salvaje y Nudos de Nuez Caramelizada) ofrezco, modosita, el sofá al pandero de Adriana y me siento a mi vez en el sillón pequeño. 

         En algún momento del trayecto y mientras mi imaginación secuestraba mi supuesta inteligencia debo de haberme vuelto a golpear las tibias (ambas) con la mesita baja porque las piernas me duelen una barbaridad y juraría que esta mañana el ángulo del mando a distancia (cómodo, como siempre, en su reposamandos de caucho de Cachemira...  ¡Cielos!  ¡Aliteración!  ¡Aliteración!) no iba tan torcido como se ve ahora mismo. 

         O igual es mi cabeza, inclinada en plena torsión antinatural para evitar el contacto con los ojazos zafiro de Adriana la Cruel.

          -Tú dirás -la invito a arrancar mientras miro las baldosas del suelo a mi izquierda.

          El pánico me invade a lo loco recoco cuando Adriana se aproxima a mí y toma mi mano entre las suyas, sus párpados cerrados tendidos a secar al sol y la lagrimilla de cocodrilo corriéndole nariz perfilada abajo.

          -Gracias, Pam, mil gracias.

          Arrea.

           -A ver, Adriana:  me despediste hará cosa de cuatro meses y medio...

         -Cierto.  Por hurgar en mi papelera, las cámaras de seguridad se comprueban a diario...

         Lo cual entra dentro del apartado Paranoia Editorial, pero ya que le sirvieron conmigo no voy ni a darle vueltas.

        -Y, no contenta con eso, te lo montaste para que me largaran del Can Galán en cuanto me viste cepillando aquel armadillo...

         -Lo sé; no te imaginas cuánto me arrepiento, querida.  Pero estaba rabiosa porque me habían largado de Editors From Alexandria...

     Vale, me muero de curiosidad.  Y ahora que mi lado GRRRR está despierto y hambriento, tengo pista libre para ir a donde quiera.  A Greenwich, si me pongo.

         -¿Y por qué te echaron, er, querida?

         Adriana suspira.

         -Por ser como tú, Pam.  Por aplicar mi mejor criterio y defenderlo.

         Lado GRRRR inconsciente tras tremendo estacazo contra caja de caudales acorazada de dibujos animados marca Tomajeroma.

        -Eso ha sido casi una muestra de respeto -aventuro, por si cuela y me lo confirma.

        -Sí, lo ha sido.

        Para, para quieta.  Que te embolica.

        -Adriana, le apretaste las cuerdas a un DeMoors convaleciente para ponerlo a escribir y producir...  Y luego lo dejaste volar solo, perdido, hasta que se le acabó la poquísima confianza que tenía y se estampó contra tu fecha de entrega...

         -Era una fecha de entrega simbólica.  Por estimularlo a buscar una meta...

      -Ya.  Estaba preocupadísimo y supervulnerable.  No podía conseguirlo por muchas metas que tú le pusieras, Adriana.

         -Lo sé.  Pero eso lo veo ahora, entonces...  Sólo quería que volviera a escribir.  Por él mismo...

         Menuda desvergüenza.

         -¿Y por ti NO?

        -También.  Por la Editorial... Pero, sobre todo, por él.  Fue uno de nuestros grandes éxitos, ¿te acuerdas, Pam?

         Como si pudiera olvidarlo.  No pienso dignarme a contestar a eso...

         Adriana suspira, un dechado de autoconfianza avasalladora tocado del ala.

         -El caso es que, bueno...  Yo tenía enemigos dentro de la casa, Pam...

         No.  ¿De verdad?

        -...Y les fueron con el cuento a los jefazos.  Cundió el pánico.  Era uno de esos pánicos que tienen que ver con perder mucho, mucho dinero.  El tipo de dinero que se saca de las tripas de la gallina de los huevos de oro.

         -Sí, lo he visto.  Asqueroso, ¿verdad?

         Por un breve instante, Adriana se ve gastada, cansada.

     -Me quitaron de en medio con un buen cheque por los servicios prestados y la recomendación de no remover el asunto.  Pusieron a un chico nuevo, un novato bondadoso y sin encallecer...

        -Ya lo sé.  El pobre chaval estaba tan muerto de miedo como los idiotas que lo pusieron al cargo.  No se atrevía ni a respirar.

         Adriana ríe sin ganas.

         -Ellos pensaron que con un pelele sin agallas, el autor se crecería y saldría adelante.  No lo entendieron.  DeMoors se hundía.  Necesitaba cuerda, y quizá un salvavidas...

         Ah, Destino, tu hora ha llegado.  Yo lo casco.

        -Pues que sepas que ese salvavidas fui yo.

         -Lo sé.  Y por eso, muchas gracias.  Gracias de todo corazón.

       Debo tener expresión de marioneta de trapo.  En un cajón cerrado y el artista del guiñol, lejos, merendando.

      -Porque salvaste a DeMoors.  Sé con certeza (una tiene sus fuentes) que leíste el borrador final y le diste tu aprobación.  Yo compré el libro ayer, cuando salió a la venta.  Es muy bueno.  Todo va a ir bien.  Las primeras estimaciones de ventas...

         -Vaya, pues nada; me alegro de haber salvado a tu autor estrella y tu capricho último en la edición...

         -...Y porque el pobre novato de su editor es mi hijo.

         Santo.  Maíz.  Hecho.  Palomitas.

         El “Gracias” de antes era real.  Y las siguientes lágrimas, las de ahora,  también son reales.  Y el apretón de manos estilo “A mí nunca me regalaron un exprimidor de frutas”.  Socorro, traumatólogos de Urgencias....

         -Tu hijo.

         Se echa a reír.

        -Pues claro, chiquilla. Mamá -se señala con gesto de estrella de cine-, cuarenta y tres espléndidos años y nadie se atrevería a echarme más de treinta y ocho, ¡hah!   El pobre acaba de terminar la Universidad, notazas de escándalo en Filología Inglesa y seis meses buscando trabajo.  Bueno, me dije, ni un momento más.  Para eso está el programa de becarios de Editors From Alexandria...

         -¿Había un programa de becarios?

         Adriana tuerce el gesto, sorprendida.

          -Pam.  Me empiezas a preocupar pero que mucho, mucho.

         Charlamos durante una hora.  Me cuenta lo bien que le va a su hijo, el espaldarazo que MI edición le ha dado; cómo le han dejado elegir proyecto (ahí Adriana respira aliviada, es en la sección de cuentos ilustrados para lectores de edades entre 3 y 6 años) y todo va de maravilla.  Incluso para ella, que gracias a la mediación de un conocido ha entrado como directora de cierta revista para adolescentes.  La vida estalla en piruletas de fresa.

          Entonces, hace la pregunta que nunca hubiera esperado de ella:

          -Bueno, ¿y tú?  Sé que ayudaste a DeMoors, ¿tienes algo más en cartera?  ¿Necesitas ayuda?  Porque yo puedo...

       Y en ese punto, sé que antes de un mes voy a ampliar mi carrera de reportera mercenaria al ámbito de las revistas que hablan del acné.    

         Y también…  Lo más importante: acabo de cerrar las últimas heridas que quedaban abiertas en mi vida. 

         Porque, sin proponérmelo, he ayudado a mi némesis…  Que rondaba a oscuras por los rincones de mis miedos.  Y resulta que no tenía razones para temerla.

         Y porque he conseguido lo que parece el segundo éxito de DeMoors.  Ya no me importan las historias de templarios ni las viejas conspiraciones: no son más que chicha mascada para mi trabajo en Ignotia

         Tengo mi carrera de articulista, mi posible filón como mentora de escritores en horas bajas -doctores, se hacen llamar en Hollywood cuando arreglan guiones- y, sorpresa, sorpresa, hago mis propios pinitos como escritora de ficción, de los que os hablaré enseguida.  Y, tachán tachán...

         ¡Hoy sale publicado el libro de Ben, Adivina mi cumpleaños!  Tras pulir ese capítulo cuarto (cierto, queda mucho mejor recortando el dolor hasta convertir el discurso en una escena), la historia iba que volaba.  Vale, el libro de DeMoors ha ganado por un día, apenas una cabeza de ventaja...  ¡Pero, hey, esa cabeza es la mía!



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