Sí, es esa novela... 43 / Si yo fuera un pajarillo.
Dormimos como leños en la pensión de
Fach Graigbara. Nos despertamos de bastante buen humor, cosa
que mejora en cuanto empezamos a zamparnos el abundante y suculento desayuno
campestre que Cadi nos ha preparado. Rebecca tiene esa sonrisita suya de
"Yo sé algo que tú no... "
Cuando del banquete sólo quedan los platos, las tazas con restos de leche y las
migas aprovecho para darle un toque a la Comisaría de Sarn Goch, a ver si el
agente del día anterior -un tal Gwil- ha recibido más avisos
concernientes a la fiera.
-No
ha habido más avistamientos... Mi compañero, Gruffudd Rwrchpynn, ha
pillado la fiebre del mosquito cuchillero durante sus vacaciones en el Caribe.
Está en cuarentena y de baja indefinida hasta que se le vayan las pintitas
azules de la nariz y pueda volver a pronunciar "hwylfawr" (hasta
pronto) sin que se le salga la lengua por la oreja izquierda. Ay.
Mira que se lo dije: "Vacunate, Guto". Y él así, en plan
coña, se hizo una foto con la vaca más hermosa del boticario.
-Creáme
que lo siento.
-Mrpf.
Gracias, Ms. Pecker. Ese bicho no suele aparecer dos días seguidos, no me
pregunte por qué: igual libra según convenio. Y hoy es sábado; aún con
todos los veraneantes que pululan por ahí pisando bostas de distintos tonos
entre el marrón "potate" y el verde oliva, las broncas de borrachos
picajosos no empezarán hasta pasadas las ocho de la tarde. Así que si
usted y su amiga se quieren pasar por la oficina, con sumo gusto les dejaré
leer el expediente que he abierto sobre la búsqueda del bicho...
-Aceptamos
de mil amores. Dentro de un rato estaremos ahí.
-Conduzcan
con las ventanillas subidas.
No
entiendo cómo me cuesta tanto volver a hacer un equipaje que deshice el día
anterior. Llevo unos quince minutos para poco más que doblar el pijama,
guardar las chancletas y aclarar el cepillo de dientes. A lo mejor es
porque cada vez que guardo algo cierro todas las cremalleras y luego, hala,
otra vez a abrirlas.
Rebecca
me deja creer que he acabado y acto seguido, se troncha mientras me señala algo
que me he dejado fuera: un paquetito de pañuelos de papel, mi agenda, un
rotulador fino, el llavero con el nudo de hilos de goma (herencia de mi primer
amor), las otras gafas (mejor graduadas pero tan pasadas de moda como para
salir en la primera página de Ignotia, "Viajera del tiempo aterra
los valles del Sur de Gales"-), las dos pilas gastadas ayer de la
grabadora... Dejo más rastros que un caracol con moquita. Si
decidiera dedicarme a espía, me detendría el enemigo el día de antes.
Cargos: Traición, Abusar de la Vista Gorda.
Por
fin, bajamos a entregar las llaves y pagar. Cadi, cariñosa ella, nos da
un abrazo de amiga de toda la vida. Uno
largo, apretujaducho y soboncete.
-Volved
pronto.
Nos
comemos a besos a la pequeña Briallen. Rebecca le regala un miniosito de
peluche la mar de majo: blandito y suave, muy sonriente, muy tierno.
-Siempre
llevo uno para las emergencias -deja caer, en plan confidente. La muy
falsa.
Arrancamos
para marchar. Dentro y fuera del coche, todas nos damos el adiós agitando
frenéticamente las manos. Las moscas en siete kilómetros a la redonda
salen pitando a esconderse donde pueden: en un silo, en el bolsillo del chaleco
de un labriego, debajo de las orejas de un perro viejo. No sé por qué, me
vuelve a la cabeza la amiga de mi tía Myrtle, de camino a su Luna de Miel.
"Ójala
ella no pille la misma fiebre que el agente Rwrchpynn".
Cuando
nos quedan un par de millas para llegar a Sarn Goch y justo antes de tomar una
curva, Rebecca me suelta:
-Pam,
coge el volante.
Tras
tres segundos de sorpresa y otros dos de pánico absoluto, me aferro al volante
con la mano derecha como si quisiera exprimir una viga (mmm, zumo de viga, rico
en hierro). Dibujo la curva tan bien como lo permite la mala posición del
copiloto, mientras Rebecca saca su cámara de fotos, apunta y dispara a...
Algo
oscuro en el arcén, justo tras pasar la curva.
Es
una suerte que acto seguido, Rebbeca vuelva a tomar el volante ("Lo
tengo", sentencia exhalando): me he quedado blanca y en shock. Si me
presentara a un concurso de pulsos entre gorriones hábilmente disfrazada de
pájaro bien alimentado, perdería en la primera ronda. Con un ala dolorida
y en un tiempo récord.
-Eso
era la pantera.
-Supongo.
Échale un vistazo a la foto.
-No
creo que sea buena idea. No podría sostener la cámara.
Aún
no he recuperado del todo el color para cuando llegamos a la comisaría de Sarn
Goch. A Gwil casi se le desencaja la mandíbula al ver la foto del
bicho: claramente félido, ojos brillantes, negro como las entrañas de las
minas de hulla hace tiempo abandonadas.
Descargamos
la foto en el ordenador de la oficina de Gwil y tratamos de mejorar la nitidez
de la imagen. No hay forma.
En
el expediente, las preguntas lógicas: ¿de dónde procede ese animal?
No de un circo: esas ausencias se notan. ¿Una colección privada y ahora
incompleta? ¿O es todo parte de una red ilegal de promotores de caza
mayor, un placer privado para ricos con instinto asesino?
Le
hacemos compañía al sufrido policía de los valles durante el resto de la
mañana, jugando a las hipótesis, bromeando, reconcomiéndonos de
curiosidad. Rebecca
le toma la mano en plan de broma y en menos de cinco minutos le pronostica el
ascenso y el traslado a Newport para Marzo del año próximo; un tatuaje con un
corazón alado coronado de estrellas en el brazo derecho, un romance doloroso
con una contrabandista de zapatos de marca falsos a la que él mismo acabará
deteniendo… Y su participación como accionista
(renuente y por necesidad de saldar las deudas de su prima Mathilda) en un
taller de soplado de cristal. El primer
oficial será un natural de Bohemia, un artista de primera. La cosa
despegará y Gwil terminará dejando la policía para llevar las cuentas del
boyante negocio de copas, vidrieras, espejos y figuras de fantasía.
Gwil
se deshace de la risa, pero…
Rebecca
pone sobre el escritorio del poli de pueblo dos billetes de cien libras y se los
acerca con el suave y firme empuje de su dedo índice.
-Ya. Guárdame un par de copas modelo "Acecho
de la Pantera" para dentro de diez años.
Tras
el almuerzo, tomamos la carretera de vuelta a casa. En mi grabadora, pero
sobre todo en mi cabeza, un señor artículo para la revista de lo sobrenatural
de "Morlaco". Rebecca feliz, en su bolso la foto que prueba sus
poderes de adivina.