Sí, es esa novela... 41 / El capítulo que te destripa "Sabios de Oriente" (si no has leído el libro ni visto la película, sáltatelo. Y, por amor de Dios, huye del tráiler promocional como si diera garrampa).

 

En efecto, todavía dan "Sabios de Oriente".  Nos apuntamos toda la tropa: Mi menda (la primera y sin educación ninguna), Ben y Jill; Rebecca y su novio Phil; Susan, Merrywee, Randall y Paulina Spadetta del Can Galán.  ¿Y dónde ir a ver la película?

    A las multisalas Bamfley, por supuesto.

    -Pero yo ya la he visto... -da el tostón Merrywee.

    -Calla y tira para adentro, petarda -la trae al orden Susan, jefa con dedicación perpetua.

    El momento en que Rebecca y Jill entran del brazo y sonrientes pasaría a los anales del personal de las Bambley si alguien se tomara la molestia de escribirlos (cosa improbable.  Aunque después del numerito de la linterna doblada de un mordisco, quizá los pirados de la cafetería cercana se hayan ofrecido voluntarios.  No lo sé.  El Universo entero es un misterio, yo apenas una mota de polvo en Él.  Bububaba).

    Tras un aviso de las taquilleras vía pinganillo urgente, las chicas (y chico, pobre Oliver) que componen la vieja tropa de las Bamfley entre rasgaentradas e iluminasillas se ponen a cubierto primero y, tras unos angustiosos segundos esperando el Armaggedon, se asoman tras los paquetes de palomitas y los cordones cierrapasos y las columnas hábilmente mal colocadas por el arquitecto para, simplemente, alucinar garrapiñadas al comprobar cómo las dos lobas del Hades, Rebecca y Jill, respiran aire en lugar de fuego y se hacen confidencias entre risitas.  El pánico de la primera visión da paso a un asombro morrocotudo; y acto seguido a la alegría y los saludos llenos de afecto, por no mencionar el alivio generalizado.

    Hasta hay alguna palmadita en la espalda, tolerada con una fugaz mirada de aviso ("La próxima vez mete tu mano en un cepo lobero") por parte de Jill.

    Las presentaciones son rápidas y, como es de esperar, acto seguido la mayoría ya no se acuerda de cómo se llama nadie.

    (Excepto Merrywee, una loca de la mnemotecnia que el verano anterior se fue de vacaciones a París y se aprendió el listín telefónico local porque de noche hacía mucho calor y no podía dormir).

    Nos pertrechamos de guarrindonguerías comestibles y pasamos a la sala.  Es pequeña, la recaudación del séptimo fin de semana ya no se acuerda de cómo fue la fecha de estreno.  Ya que casi formamos un equipo de fútbol, llenamos una fila entera; antes de la proyección, jugamos a que tenemos el típico teléfono compuesto de dos latas y un hilo tenso. 

    Nos vamos llamando de unos a otros, básicamente por chinchar, poniéndonos en compromisos ridículos. 

    -¿Es ahí donde hacen las pizzas de jirafa y anchoas?

    -¡Ah, cómo!  ¿Que fingiste el cobro del cheque?

    -Exploración de cavidades, dígame.

    -(Sin dientes) Soy Prudence, tu antigua novia.  Y aún te quiero...

    Pero Phil, no.  Phil tiene dignidad.  Cuando Randall la de Dover marca su número (por el sencillo mecanismo de apuntarle con el dedo y decirle "Eh, tú, coge el teléfono"), Phil se hace el longuis y levanta sus manos vacías, una excusa perfecta para escaquearse del juego.  Pero Randall está hecha de la misma dura piedra blanca de los acantilados de su Dover natal (si os digo la verdad, todos somos de ahí) e insiste muy enfáticamente con gestos que no reproduciremos aquí.  Hasta el punto de que Phil saca su móvil, el de verdad, y con un "Perdona, cariño, estaba en la ducha" le exprime la poca gracia que le quedaba a la tontería grupal ésta.

    Por suerte, las luces se apagan, la horrible musiquilla de ambiente se extingue de golpe y ¡plaf!, tráiler que te crió.

    Luego otro.

    Luego otro más.  Se nos acaban las provisiones pegajosas y Susan, tan servicial y desde mitad de la fila, se levanta para ir a repostar.

    Luego, otro tráiler más.  Y la nota de aviso de los derechos de autor.

    Ben despierta justo cuando pegan los primeros tachundas de la película de verdad; la larga, la que hemos ido a ver a propósito pagando entrada.

    La fanfarria de entrada es de lo más completa: de orquesta sinfónica, con su sonoridad de metales pintándola de épica y con la puntillosidad de la cuerda sola, violín y arpa, para los ratitos sombríos.  Gasta un aire entre película de romanos y cosa selvática muy acertada para el evento.

    Otro texto.  Este es explicativo, de situación.  Y yo con las gafas empañadas del primer picoteo de novietes con Ben (hace menos de un minuto, round 1).  Pero llego a pescar "sabeos", "colonias mineras en el Alto Nilo" y "Arca de la Alianza".  Lo que iba subrayado, más o menos.

    ¿A que me la pierdo?  Le paro las manos a Ben con un meneo contundente.  Mi estratagema disuasoria triunfa: ya tengo al chico enfadado.  Hala, a ver la peli...

    Sí, el primer plano es el de un buen puñado de hormigas correteando por encima del cadáver de un anciano de color.  Que se lo estén comiendo ya no queda tan claro.  A su alrededor, la selva espesa y exótica tiene pinta de ser África.  Por detrás de unos matojos aparece un joven lancero, corriendo y jadeando, pero se detiene en seco, congelado, al ver al muerto.  Se acerca a una distancia prudente, se acuclilla y se queda contemplando el dantesco espectáculo, meditabundo.  Al momento, se le unen otros.  Un  tipo más alto, bien vestido y guapetón, el fabuloso Anim Pace (que da vida a Tassur, el protagonista de la historia) y varios guerreros con mucha pintura ceremonial y armas de cortar surtidas.  Con tan sólo ver su lenguaje corporal, una adivina que están agotados. Y Tassur, además, con el rostro tenso, en completo estupor.

       -¿Es él? -pregunta el más viejo de los lanceros.

    Tassur, por toda respuesta, le quita la larga y fina lanza y se acerca hasta el cadáver.  Con mucho cuidado de no enfadar a las hormigas (una hormiga enfadada es uno de los seres más peligrosos de la creación, justo por debajo de los pirañas con hambre y de los hijos de perra que van haciendo el animal por la carretera de lunes a domingo), acierta a ensartar en la vara un anillo de oro con sello, grande y lustroso, que el muerto llevaba en la derecha. 

    Tassur contempla serio el anillo y se lo echa al lancero.  Luego deja caer la lanza al suelo.    Despacio, todos se giran y se arrodillan ante Tassur. 

    -Que el poder de Yahvé acompañe al nuevo rey.

    Se retira un poco hacia atrás y no parece tanto meditativo como preocupado.

    No saben cómo apartarle las hormigas.  Uno de ellos propone orinar sobre ellas, para regocijo de todos los espectadores que aún no han leído el libro. 

    Pero los demás rechazan su propuesta por parecerles indigna para con los restos mortales del antiguo monarca. 

    Tassur manda al grupo de vuelta para informar del terrible suceso. El joven lancero, Asmil, el primero en llegar al lugar, opone cierta resistencia al principio.

    -Alguien tiene que decírselo a nuestra madre.  Yo me quedaré a velar a nuestro padre.

    -Volveremos mañana con unas angarillas seguras.

    -Mientras, yo esperaré a que las hormigas lo lleven bajo tierra, bocado a bocado. 

    A estas alturas, a la gente que no se ha terminado las palomitas en el cine se le pasa el hambre.

    Tassur se queda solo.  Entonces, vemos la escena desde su punto de vista y comprendemos el verdadero motivo de su sorpresa y su miedo anteriores.  El lugar está literalmente plagadito de ángeles, pálidos y rubios ellos.  Visten de blanco y no parecen de los de consolar a los tristes.  Más bien parecen una cohorte, un cuerpo de ejército.  No es que se les vean las armas; es cuestión de actitud.

    El jefe de los ángeles saluda a Tassur.  Charlan, y el ángel mandamás muestra su lástima ante la locura del rey, que lo hizo huir de su hogar en medio de la noche para acabar roto bajo ese pedazo de baobab en medio de la selva. Claro que, si no hubiese perdido el favor del Cielo...

    El actor de carácter que encarna al ángel en jefe es un tío alto y enteco, ya en su cincuentena, al que he visto en montones de pelis haciendo de malo o de tío turbio.  Sus miradas por el rabillo del ojo son escalofriantes.

    Las palabras de Tassur parecen plegarse a las poco veladas amenazas del ángel mordedor.  Cuando quiere darse cuenta, está sólo.   Lo vemos ya de noche, ante una pequeña hoguera, preguntándole a su padre qué ha hecho.

   Cine mudo: el regreso de la partida de búsqueda, el dolor de la reina y el abrazo a su hijo pequeño, el joven lancero hermano de Tassur; el viaje de vuelta con los huesos mondos del rey en un canasto lujosamente adornado a hombros de Tassur y los lanceros de su guardia personal...

    Tassur visita a su tío, el sumo sacerdote.  En lo profundo del templo, sólo abierto al paso de los sacerdotes y del mismo rey, el velo que oculta el lugar del Arca.  Es calcada a la de esa otra película de hace un montón de años, pero claro: el diseño está bien explicado en la Biblia.

    El tío de Tassur es el Sumo Sacerdote.  Se ve afectado por la muerte de su hermano, pero Tassur sospecha que hay algo más.  Tras apretarle las tuercas con un interrogatorio hostil que hubiera hecho sentirse orgullosa a una comadreja, Tassur le saca al pobre hombre que él también tiene visiones.

    -Durante generaciones, hemos guardado el Arca de Dios.  Éste es el precio a pagar por tal honor: la piel lentamente abrasada, la locura y, si pierdes Su favor por culpa de tus horribles pecados, la muerte.  Una muerte terrible, en un lugar solitario.

    -¿Cuál fue el crimen de mi padre, el rey?

    -Planeaba cambiar la ubicación del templo. 

    -¿Por qué?

    -¿Quieres averiguar los motivos de un hombre muerto?

    Tassur encuentra los planos del nuevo templo.  Están entre el correo de su padre, el que una vez al año las expediciones desde el reino de Saba lleva y trae, posiblemente violando el secreto de su contenido.  Las minas de oro, plata y piedras preciosas son la gran fuente de riqueza de Saba; y el linaje de Tassur, el del los descendientes de la antigua familia real, ya mezclados con los nativos del continente.

    Tassur sospecha que, en secreto, su padre deseaba apartarse del Arca.  Igual que hicieron los reyes del desierto, mandándola lejos.

    Los planos del nuevo templo marcan el nuevo emplazamiento: la montaña de fuego.  Tassur siente un escalofrío al pensar qué pudo opinar al respecto el feroz capitán de los ángeles...

    Las inscripciones de los planos están en una lengua desconocida para él.   

    A estas alturas, Ben hace un intento desesperado por "acercarse".  Nuevo ñaca preventivo.  Fin de la incursión, ya verás luego la de carantoñas que le tendré que hacer para que olvide todo esto y se ponga de mejor humor...

    La vida como rey de la colonia minera sabeo-judeo-etíope no tiene visos de ser una ganga.

    Ahora viene una secuencia de escenas de esas de "Mucho decorado, vestuario y extras, sólo la música y hala p'alante": los funerales de estado, la coronación del nuevo rey y los tonteos galantes de Tassur con una chavalilla con un tipazo de infarto, hija del jefe de los lanceros.  En mitad de un banquete, ¡zas! avisan a Tassur de la llegada de una caravana.

   Por cortesía, los viajeros son recibidos: se trata de la comitiva de Zhairinar, una hermosa mujer de piel aceitunada y larga melena negra, de ojos vivos como el hambre y fantástico vestuario para venir de machacarse miles de kilómetros entre desiertos, travesía por el Mar Rojo y subida a las selvas.  Tassur queda deslumbrado por la belleza de la desconocida, pero la seguridad e insolencia de ella lo echan un poco para atrás.  La hija del lancero lleva veneno en la mirada tras la llegada de quien se revela como "la prometida que te acordaron nuestros padres, tiempo atrás.  ¿Honrarás su promesa?" 

    Ante esas palabras, la corte zumba como un avispero poco antes de una tormenta.  Tassur, agobiado, se pone regio y chulesco, haciendo callar a todo quisque con un firme "El rey decidirá".

    A Zhairinar lo acompaña un anciano de modales perfectos, prudente y dulcísimo, de quien en privado descubrimos más tarde (cuando un miembro de su escolta da la vida para salvarlo de un león y Zhairinar lo abraza, aún aterrorizada) que es en realidad su padre, el rey caído en desgracia de una ciudad situada a orillas del río Tigris. 

    Un rey sabio, además.  Pues es el diseñador de los planos del nuevo templo y pretende hacer honor a la palabra que dio tiempo atrás y construirlo.  Espera conseguir la aquiescencia del nuevo rey a través de los encantos de su seductora hija...

    Este liante encantador es la versión de DeMoors de Melchor, por supuesto.  Y más adelante, sabremos que Tassur será el marido de su hija, su Baal, convirtiéndose ipso facto en Baal Tassur, o Baltasar para los íntimos.  Un giro de tuerca del escritor que todavía me gusta.

   (Lo de "Esposo = Baal" lo sacó del Cantar de los Cantares según Jill, autoridad indiscutible en la materia.  Yo, chitón).

    En tres patadas, el talentoso director y montador Kip Kitto nos muestra como Zhairinar se va camelando al bobo de Tassur con su gracia, su salero y su pizca de "Por encima de mí no hay nadie".  La hija del lancero jefe echa chispas al principio, pero poco a poco va viendo como ha perdido su antiguo poder sobre Tassur.  Además, al nuevo rey le va cayendo en gracia ese hombrecillo amable y sabelotodo.

    Tassur tiene planes.  En secreto, casi sin atreverse a pensar en ello, ha decidido que sí, que va a honrar las últimas voluntades de su padre.  Se casará con la mesopotámica y hará construir el templo "para proteger al Arca de las intrigas de nuestros enemigos".  En el fondo, es un desafío directo a ese ángel tiránico que puede ser sólo producto de su imaginación…  O quizá no. 

    Pero para chulo, él.  En su casa no le manda nadie. Ni...  No de esas maneras.

    El templo se va construyendo.  Tardan años.  Tassur se casa con Zhairinar (bonita escena con flores, arpas y gasas), tienen un bebé, el bebé crece haciendo trastadas que provocan la hilaridad o enfurruñamiento de los presentes según el capricho de la monumental banda sonora.

    Y para quitarse de encima a su hermano, el enojoso e inquieto Asmil (ya hecho todo un hombre), lo manda a guerrear con los pueblos de río abajo: hala, vete a asegurar nuestras fronteras.

    Escenitas de las muchas (bestiales) victorias de Asmil sobre los coptos, con una falsa Arca a hombros de sus soldados; el templo acabado y el Arca auténtica puesta en posición en una plataforma con trampilla sobre un foso lleno de lava incandescente; Zhairinar aleccionando a su hijo (y de Tassur) sobre Matemáticas, Astrología, Música, Filosofía... Y los ejércitos egipcio y romano, que detienen a Asmil forzándolo a aceptar que el territorio ganado por la sangre no seguirá creciendo hacia el norte.

    Un mal día, Asmil vuelve a casa... Pero con intención de conquistarla para sí.  Seducido por el ángel cruel y tras descubrir el engaño de la falsa Arca con la que su hermano lo envió a luchar, Asmil viene con ganas de sustituir a su hermano en el trono.

    -Era de esperar.  Vivimos en un enorme joyero-comenta, pesaroso, Melchor.

   Se produce un asedio.  Tras largos días y la inútil mediación de los miembros de la familia real para hacer que Asmil deponga las armas, la despechada hija del lancero jefe hace un trato con Asmil y abre las puertas de la ciudad (sí, lo sé: qué vibora, ¿verdad?  Pero la entiendo, y me encanta). 

    En medio del caos, Asmil lucha contra Tassur. El pequeño príncipe, que siempre ciñe su frente con un arete hecho del oro del pesado anillo con sello de su abuelo, muere cuando Asmil, ciego de ira, lo golpea en la cabeza con su pesado sable de batalla.  El niño sólo pretendía interceder por su padre...

    La ligera corona circular del príncipe cae rota al suelo, manchada de sangre

    El grito de Tassur es aterrador.  Vemos a la legión de ángeles salir volando hacia el cielo desde las torres de la ciudad, enloquecidos, tratando de taparse los oídos.  Unas muecas de insoportable dolor les cruzan el rostro, apenas intuidas un instante al verlos pasar perdiendo plumas y jirones de tela blanca ante la cámara en su precipitada ascensión.

    Tassur es reducido por la fuerza del número; en su mano, imposible soltarla, la ligera corona rota de su hijo.  Asmil, con la expresión vacía, ha quedado malsentado en un rincón de la estancia, abrumado por la magnitud de su crimen.

    Tassur es encadenado en las mazmorras (sí, tenían una fortaleza con mazmorras.   Eso da qué pensar...).  Pero es liberado al poco por el astuto Melchor.  Juntos viajan a lo profundo de la selva en la montaña y echan el Arca al fuego volcánico.  Luego huyen cruzando el mar hacia la península de los sabeos.

    El destino de Zhairinar parece fatal.  "Me dijeron que estaba muerta.  Entonces, vine a por ti" es la parca explicación del viejo monarca.

    Tras ver morir a su hijo, saber de la pérdida de su esposa hace que Tassur se rinda.  Casi no toma alimento ni agua, pierde sus fuerzas pronto y, de no ser por la perseverancia de Melchor, quien ve en él a su única familia, habría muerto.  Encuentran frío y poco apoyo en sus primos de la ciudad de las dunas, por lo que escapan hacia el norte, siempre el norte.  En tierra de fenicios hayan trabajo entre taladores de árboles y pronto se hacen un nombre como constructores de casas.

    Intermedio inesperado.  Pero hombre, ¿a qué viene esto?

   Tras diez desesperantes minutos de gente yendo a y volviendo de los servicios, las luces vuelven a apagarse.

    En el zoco de Tiro,Tassur y Melchor encuentran un vendedor de esclavos guasón y desalmado que presenta su mercancía.  Cuál será su sorpresa cuando encuentran ante ellos una cara conocida...

    "¿Era esta mi esposa?  Porque se le parece, Melchor...".

    "Te lo juro, hijo mío: me dijeron que estaba muerta", vuelve a repetir Melchor.  Sí, por supuesto.  Como que te paraste a comprobarlo...

    Total, se hacen con ella por un precio de risa.  Pero, oh crueles dioses, la pobre Zhairinar (estaba claro que se trataba de ella, ¿no?) no sólo está arguellada por el hambre sino que se había dejado ciega a sí misma por no ver la luz de un día sin su amante ni su hijo.

    A petición de Melchor, los dos hombres ocultan a Zhairinar su identidad.

    "¿Cómo iba a creernos?  Sería una crueldad espantosa..."

    En un ejercicio de redención, Tassur la cuida con un gran respeto y un amor infinitos.  Trata de marcar distancia, pero no lo consigue.  Los días pasan más soportables ahora que se tienen el uno al otro.

    Cierto día, una nueva estrella aparece en el firmamento.  “¡La estrella de la profecía!”, dice un excitado Melchor.  "La señal de un Mesías divino para el mundo, uno que lo salve del odio y la mezquindad.  ¡Rogué tanto porque esto ocurriese durante mi vida…!" 

    Lleno de rencor, Tassur sólo piensa en matar a ese Dios sin alma que permitió la muerte de su hijo y la desgracia de su esposa.  Armado con esa idea y con un sable largo (ambos celosamente disimulados), se ofrece a escoltar a Melchor a cumplir con sus ilusiones de viejo.  Dejan a la pobre Zhairinar al cuidado de unos buenos amigos ("Si no vuelvo, señora, sabed que habéis llenado mis días...") pese a todas sus protestas y parten hacia Galilea. 

    Por el camino se encuentran con Cayo, sobrino del emperador romano Augusto (y futuro César según todos los pronósticos).  El joven romano viaja asegurando la pacificación de la región y también ha sabido del augurio de un Salvador.  Aunque escéptico, se une a Melchor y Tassur con su propia escolta, una legión romana.  Gracias a eso, son recibidos por el rey Herodes y los sumos sacerdotes de los judíos, que tratan de despistarlos.

    Pero, gracias a los conocimientos que tiene Melchor tras años de observar el cielo nocturno, siguen la estrella errante y alcanzan el Portal de Belén...

    A sus puertas, Tassur desenfunda el sable.  Melchor se horroriza y trata de contenerlo. Tassur se resiste, feroz.  Y finalmente, el anciano sabio pronuncia la famosa frase (coreada por todo el cine)...

    -¿Sabes qué dicen en mi tierra?  Que al final, cada cual se encuentra al Dios que se merece.

    ¡Menuda sorpresa la de Tassur al descubrir que el tan cacareado Mesías es un niño recién nacido (y en ese mismo momento en brazos de su madre)!  Cae de rodillas soltando el sable y rompe en llanto.  Al fondo, el San José con ojos de loco es genial.

    Tassur ofrece como regalo a la madre del bebé la corona rota de su propio hijo.  "Esto es oro.  Estas dos pequeñas manchas oscuras…  En fin, no he podido sacarlas.  Solía ungir la pieza con este perfume..." y le pone en la mano un frasquito de mirra obtenida de los bosques de acacias alrededor de las viejas minas en aquella tierra suya, perdida ya para siempre.

    Cayo sigue camino hacia Biblos…  Pero no sin dejar un remanente de doce soldados detrás con la misión de velar por la seguridad de la Familia.  “Todo tesoro debe ser bien protegido”, murmura al despedirse.  Había calado a Herodes y sus consejeros, ¿eh?  E imaginamos (no llega a verse) cómo protegerán la precipitada huida a Egipto al verse atacados y superados en número…

     La peli termina con Tassur y Melchor volviendo con Zhairinar, que desde el principio había creído reconocer en las voces de sus anfitriones la de su esposo y la de su padre.  Su alegría no tiene más límite que el dolor del recuerdo del hijo perdido...

    Pero Tassur es otro hombre.  Se le ve sereno, se le ve mejor.  Abraza a Zhairinar y le asegura que, ahora mismo, está amaneciendo un nuevo día...

      Salimos del cine limpiándonos las lágrimas y sonriéndonos unos a otros.

      Ben me abraza.  Qué suerte, no tendré que gastar esfuerzo en carantoñas.  ¡Muac!




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