Sí, es esa novela... 40 / Consejera en funciones con unos buenos tacones.

 

Al día siguiente me reúno con DeMoors y me pasa lo que tiene escrito: un montón de capítulos y casi terminado el segundo acto.  En total, unas trescientas setenta páginas.  Le pido que me cuente la historia entera de viva voz. 

    La amabilísima y superespectacular señora DeMoors nos trae bebidas y hielo mientras el gran narrador desteje y recompone sus tramas exclusivamente para mí.  Intento identificar la principal y separarla de las secundarias.  A la vez, voy tomando nota de lo que más repite.

    La segunda vez, apunto algunos detalles chocantes.  Le pregunto si ha pensado en el título de la obra; resulta que ha pensado en siete, algunos bastante reveladores y uno más sugerente que el resto. 

    Luego trato de sonsacarle qué es lo que quiere contar en el libro.  Le pido que me cite sus personajes favoritos, sus frases más logradas, los momentos con los que siente escalofríos de puro placer.  Más tarde tendré que tratar de buscar un hilo común que haga avanzar al conjunto, podar lo que sobre y darle realce al núcleo de la historia con acción, humor y puñaladas a la víscera de las emociones (sé que está en algún lugar entre las cejas y los tobillos.  No hagáis caso a la teoría de las glándulas ocultas en los pies; tiene pinta de falsa).

    -Bien, señor DeMoors...

    -Mike -¿Por qué tengo siempre razón o, al menos, cuando no hace maldita la falta?

    -Mike, pues.  Han sido, mmm, según mi reloj casi tres horas verdaderamente agotadoras para ambos.  Le sugiero que se relaje durante los próximos tres días, mientras me leo el borrador y trato de hacerlo encajar en un molde sensato.

    DeMoors sonríe, soportando como puede el vaivén de esperanzas y temores; las primeras, susurrándole que ahora hay alguien más metida en el ajo, una experta, libre de prejuicios (¡ja!) y preparada para no tener piedad con sus tan queridas frases.

    -La veré el lunes, entonces. 

    -El lunes a la misma hora.  Si le digo la verdad, la mayoría me ha gustado. 

    El pobre hombre no consigue disimular del todo el ramalazo de orgullo.  Se le humedecen los ojos cuando la superesposa lo toma del brazo y le da un achuchoncillo discreto por la espalda, un mimo, un "Estoy aquí" de cogerlo por donde quieras: lo mismo "…Cuánto me alegro de estar a tu lado" que "¿Ves?  No temas más". 

    Me acompañan hasta la puerta en recogido silencio.

    -No les molesto más.  Adiós.

    -Gracias, Srta. Pecker.

    -Adiós, Pam -le sale, sencillo, a DeMoors (recordatorio: Mike, es Mike).  Salgo de su casa algo inquieta, pero también ilusionada.  Me siento como un gigante de leyenda explorando el Jardín del Edén.

    Compro algo de comida preparada y unas latas de refresco de camino a mi apartamento.  Llego justo a tiempo de despedirme de tía Myrtle, loca de prisas por volver al pueblecito de su amiga.

    -No he pisado ese lugar en treinta y seis años.

    -Tierra de paso.  Es allí donde no hay nada que te haga querer volver.

    -Es un punto de vista... -replica, tocando el botón del ascensor.

    Me deja perpleja. 

    -¿Cómo que un punto de vista?

    -O si tienes un buen motivo para no volver. 

    Me quedo de piedra.  Tira de sus maletas para meterse en el ascensor y toca el botón del bajo.

    -¿Cómo, un novio o así?

    -O así -se ríe mientras la puerta del ascensor se cierra.

    Primera vez que recibo una confidencia suya.  Por muy turbia que parezca.

    Me recupero lo suficiente al escuchar cerrarse la puerta del ascensor en la planta baja y le grito por el hueco de la escalera:

    -¿Vas a buscarlo?

    Pero sólo recibo por respuesta los ecos apagados de sus pasos, ya de viaje hacia el norte.  Entro en el apartamento corriendo y me asomo a la ventana.  Allí está, tomando un taxi.  La llamo de nuevo.  Entra en el coche sin volverse a mirar.

    -Buena suerte, corazón loco -le deseo bajito; y es el mío el que salga de gozo, pícaro y feliz.



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