Sí, es esa novela... 37 / Ojalá tuviera la imaginación de los viejos bardos.

 

 

Hotel *****

El León Rampante.

 

Carta de especialidades y sugerencias del Chef.

 

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Entrante de Fruta de la Pasión aliñada entre Canónigos.

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Degustación de Pasta en Salsas Finas de Caramelo, Mantequilla Normanda y Mango disueltos en Balsámico de Módena.

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Tartas de Bacalao del Norte y de Mechas de Solomillo en bandeja de Pimientos Rojos.

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Helados de Chocolate y Vainilla en Crema Caliente de Bayas Silvestres.

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Licores, cafés y cigarros asesinos.

 

 

El salón restaurante del León Rampante está hasta arriba.  Camino detrás del mâitre, que me abre camino entre el laberinto de mesas hasta la de sus clientes-problema de hoy.

    Los miembros de Sirsinia han decidido que el hambre está por delante de las buenas maneras, especialmente considerando que su cita de la una llega más de un cuarto de hora tarde.  Claro, ellos aún tienen que crecer.

    Me devuelven el saludo de cualquier manera; sólo el bajo, ése tal Nick Ziro, se comporta con cierta deferencia, tragando por las duras, limpiándose con la servilleta y manteniendo una sonrisa atenta hacia mi dirección.  El mâitre me saca y me acerca la silla, menos mal. 

    -Enseguida le mando a alguien con nuestra carta -me advierte en volumen casi confidencial.

    "Morlaco" se sorprendería si viera a los gemelos Lew y Andy Plengo tan bien vestidos para la ocasión.  Como el resto de la banda, llevan americanas claras sobre camisetas lisas de color ciruela, muy bien conjuntado todo.  Este nuevo "look" de chicos buenos es lo que les ha abierto las puertas de cientos de emisoras en el mundo entero y el que los ha proscrito para siempre en las cabezas de los fans más acérrimos del metal, aquellos para quienes las tachas, las greñas y el vestir de negro siguen siendo su señal de identidad. 

    Aunque la mirada que se ha cruzado entre los hermanos guitarreros y el mâitre ha sido de las que hiela el caldo de pollo de mi madre...  Esa mirada me ha contado una historia, y no creo que hayamos visto todavía el final.

    Aparece un camarero de repente por mi izquierda, deslizando a mi lado la carta del restaurante.  Todo suena de lo más sugerente...  Echo un vistazo rápido a lo que están devorando los muchachos de la banda; en un momento, tengo a Nick inclinado hacia mí:

    -Nos hemos dado cuenta de que las sugerencias del chef conformaban un menú completo y las hemos pedido todas.  También para ti, pero el mâitre se ha puesto tan estirado que casi tocaba techo y nos ha dejado caer que esperaría a escuchar tu opinión...  Si te digo la verdad, está todo de muerte.

    Debe de ser verdad.  Tiene todo una pinta de bandera, incluso a medio comer.

    -Y, bueno, soy Nick.

    -Pam.

    -Esa pregunta va para ti, Lyman -y a mí, conteniendo la risa: -Es nuestro bombardero.

    -¿Bombardero?

    -Batería. -Le entra la mosca mosqueadora y me pregunta con un ojillo "cucao": -¿Cuánto llevas en la revista?

    De repente, caigo en que cuando"Morlaco" sugirió que su emporio editorial consistía en algo más que Ignotia, la revista para los amantes del chupacabras y la conspiración de seis siglos, yo no le pregunté qué otras revistas capitaneaba.  Y mucho menos cómo se llamaban. 

    -Es mi "tema de entrada", Nick.  Pero, por favor, déjame hacerlo lo mejor que pueda...

    -Una novata.  Vale, tranquila.

    ¿Ya?  ¿El líder de una banda de rock en auge me pilla haciéndole una entrevista de novata y no me manda a tomar el aire?  Porque soy peor que una novata; una cría de instituto se sabría su vida y milagros, las fechas de sus escasos discos y la letra de todos sus temas y podría hacernos temblar de horror los tímpanos con su estribillo favorito…

    -He encontrado espinas en mi tarta de bacalao -le deja caer uno de los Plengo al camarero teleportador de antes, ahora súbitamente a mi lado y con la expresión beatífica de quien aguantará marea y cagadas de gaviota hasta que, oh ventura, yo decida qué diantre voy a comer.  Y se lo cuente.

    -Y mis mechas de carne eran todas del mismo color -trata de entrar en el juego el otro Plengo.

    -¿Qué color es ése que tanto te preocupa, Lew? -le increpa con tono disgustado el último hombre en el banquillo; debe de ser el cantante, Roe.

    Un momento de apuro.

    -Uh... ¿color filete? ¿Bien asado?

    -Estupendo.  Pásamelo y cállate.

   -Tomaré lo mismo que los demás, gracias. -Le digo al camarero.  Él marca dos rayujos rápidos en su libreta, me birla la carta con precisión de cirujano y se esfuma en el aire-sin-humo de este pedazo de sitio de comer.

    Los gemelos han pasado a montar ovnis juntando el platito de la tarta de bacalao con el platito de la tarta de hebras de bistec y juegan a invadir la mesa.  Roe se queda mirando un momento al infinito y luego se pone en pie y les tira de un manotazo los platos al suelo.

    -Dicen de la nave nodriza que os dejéis de chorradas, que la antimateria está por las nubes.

      Y regresa a carroñear su segundo.

     Los gemelos tuercen el gesto y empiezan a estirarse del cuello de la camiseta.  "¿Por qué no tiene botones esta maldita prenda?"

    Nick se me acerca y me cuenta bajito:

   -Ése es Roe.  Hoy le ha salido la vena seria; lo siento, tenías que haberlo visto la semana pasada cuando fue poseído por un humorista de club nocturno en medio de la sesión de preparación para padres primerizos.  Su chica y la mía están a punto de tener bebés y tío, no veas qué bien nos lo pasamos aquellas dos horas de práctica de cambio de pañales...  La monitora dijo que se iba porque no podía más, que se meaba, y entonces Roe pilla todo solemne un pañal abierto, se va hacia ella y le ordena con voz de locutor de radio: "Túmbate". 

   Sip.  Con lo de "tío" me acaban de quedar claras dos cosas: 1) Nick se ha dejado las lentillas en casa, porque hoy luzco escotazo (ha conseguido hacer parpadear al abogado de DeMoors) y B) está intentando ser simpático, cosa que en el fondo le agradezco muuuuuucho, mucho, mucho.

    Una escuadrilla de camareros uniformados de blanco solar me trae los entremeses, el primero y mi bebida.

    -También repetiré el segundo -trata de llamar su atención el rompebaquetas de Lyman.

    -Por favor, un perchero. -intenta provocarlos Lew haciendo amago de quitarse su americana.

    -Otro para mí -lo sigue su hermano.

    Nick se lanza a una aburrida diatriba sobre los temas del disco, el hecho de que suena a puro Sirsinia pese a su vocación de experimento de fusión (no me explica con qué) y lo sorprendentemente breve que fue todo el proceso desde que se pusieron a garabatear letras en el borde de la piscina de Roe hasta que salieron todo sudorosos del estudio de grabación con el último corte en el bote.  Al parecer lo de estos chicos es creatividad en remojo.

    Si no me llego a traer la grabadora, me muero.  La comida está increíble y yo no tenía ni idea de la gazuza que arrastraba.  Debo estar jalando como una lima que grite "¡Echadme vigas! ¡Echadme vigas!", porque Nick salta:

    -Me han dicho que los postres de este lugar son la caraba.

    Le doy unas mascadas más al bocado que me ocupa ahora mismo y trago para meter baza.

     -Dichosos vosotros.  Me lleváis unas cuantas vueltas de ventaja...

     -Disfruta del viaje.

    Jolines, voy a tener que cambiar el programa.  Porque después de esa frasecita no puedo dejar caer lo de: "Por cierto, ¿cómo está Neil Sterside?  ¿Seguís viéndoos a menudo?".  Políticamente incorrecto.

    Por desgracia, no tengo ni idea de qué significa "la caraba".  Tendré que mirarlo en una enciclopedia.  Me distrae, no me concentro y no recuerdo lo que venía a continuación...

     -¡El postre! -vitorea Lyman, justo a tiempo de añadir caos a mi cabeza.

    -¿Sabrá a plátano? -apuñala, malvado, uno de los hermanos.  No importa.  El batería recibe el plato sumido en una absoluta felicidad.  Lo agradece sonriendo como un niño a los camareros...

    ...Quienes, a su vez, no pueden reprimir la sonrisa. 

    Es un momento bonito.  Simpatía.  Buen rollo sincero. 

    La cosa acaba cuando Roe se pone en pie.  Me mira por primera vez en toda la velada, pero raro; yo con los dos carrillos en plena maniobra de emergencia; él echa para atrás su silla y se viene para mí.  Ay.  Hinca una rodilla en tierra, me toma la mano y se echa la envidiable melena sobre el hombro con un giro de cuello que para ellas lo querrían las monadas que salen en las tertulias de la tele. 

    -Roe -trata de atajarlo Nick, el bajista.  Pero no lo consigue.  Los ojos del vocalista me abrasan de arriba a abajo.  No me impacta ni la mitad que lo que susurra a continuación:

    -El Dios Ibis dice que sigas rindiéndole culto.  Escribe, poetisa, escribe sin parar; cada pensamiento en tinta de suave color azul sobre papel nuevo.  Y una estrella especial se acogerá a tu casa.  No temas las visiones del oráculo; saborea el ahora, ¿no lo sientes?  Sí.  -Y se lleva mi mano sobre su corazón.  -Plenitud.  Absoluta plenitud.

     -Jesús -se le escapa a Nick.  Pone su mano de cuatro dedos en la mía para arrebatársela a Roe, pero no es lo bastante fuerte...

    Los hermanos Plengo salen de su estupor para ponerse a tocar un carrillón con sus cubiertos y todas las copas llenas a distintas alturas de que disponen a su alrededor.

    -¡El Dios Ibis es Sabio! -dicen entre risotadas.

    Pobre Roe...  Dos finas líneas de lágrimas le corren el rostro desde los ojos vacíos.  Siento una oleada de compasión por él; quizá, y odio admitirlo, un poco de miedo.

    -¿El Dios Ibis? -le pregunto con la poca voz que puedo juntar.

    Él se percata otra vez de mi existencia y con una voz dulcísima, acaba:

    -Somos Sirsinia, la Voz de la Escritura.

    Retiro la mano de un tirón de menos de dos fotogramas.

    El mâitre acude, alarmado.  Estoy temblando.  Nick se ha puesto de pie, ha acudido a arrodillarse al lado de su amigo y le rebusca en los bolsillos.

    -¿Dónde tienes la medicación...?  Lyman, deja de lamer la cucharilla del postre y ayúdame.

    Los gemelos tiran sus americanas al aire, felices, y se desprenden de sus camisetas.  En menos de medio minuto sendas prendas están dentro de los bolsitos de pacotilla de un par de admiradoras de la legión que acecha haciendo como que come en el restaurante.  He oído tela rasgándose, así que a lo mejor hay más de dos afortunadas... 

    Con ayuda del personal de la sala, todo vuelve a la normalidad enseguida.  Llega una chica embarazada y se lleva al confuso Roe del brazo.  Se vuelve un par de veces antes de salir de nuestro ángulo de visión y me echa miradas de súplica.

    -Esto no tiene que ver con la gira -deja caer Nick en tono neutro.  Pero es un ruego, y lo entiendo a la perfección.

    -Por supuesto.  Es familia.

    -Eso es -suspira aliviado.

    Vuelvo a mi almuerzo.  Traen el segundo plato.  Bueno, no vamos a hacerle ascos.  Lyman repite postre por cuarta vez; Nick tiene la vista perdida en las hileras de burbujitas que suben a la superficie de su copa de champán.  Una sonrisa enigmática le cruza el rostro.  Este bacalao está buenísimo...  Los gemelos rompen la ficción de estar aislados y se lanzan a tontear con todas las fans de la banda, causándole un ataque biliar al mâitre que se refleja en el tono cetrino de su rostro (el que a su vez se refleja en el blanco de pantalla de cine de su chaqueta siempre inmaculada).

    La cosa degenera en una sobremesa agradable con Nick y Lyman.  Baja la esposa de Roe y le susurra algo a Nick en el oído, algo parecido a "Está dormido" y se va, prudente.  Las fans fingen ser gatas –miau- para jolgorio de los gemelos, pretendidos sacerdotes de Bast…

    En el rincón de los adultos, charlamos sobre cine, sobre libros, ¡sobre bares de bocatas!  Y al rato, cuando la cosa ya no da más de sí, nos despedimos.  Nick no puede callarse la pregunta que le viene quemando en la lengua desde el principio de la velada:

     -Oye, ¿de verdad eres tú la que lanzó a la fama al tío de "Sabios de Oriente"?

    Estoy saliendo por la puerta.  Pero la preguntita me golpea a lo bestia, porque explica la cortesía de Nick el bajista durante la velada.  Salto a modo malvado y replico, toda sonrisas y veneno (no lo volveré a hacer más):

    -Deberíais ir aprendiendo a lanzaros solitos.



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