Sí, es esa novela... 36 / Le paso con Contabilidad.

 

Los chicos de Sirsinia -la banda- son más queridos por el Destino que yo (una chica de Pallas Atenea y Calíope desde hace muchos, muchos años; de las que leen, corrigen y a las que casi, casi castigan sin recreo).

    O eso hubiera pensado antes.

    Pero ahora...

    Quiero decir, vale: ellos, como trabajo, tocan música haciendo posturitas.  Su caché se va haciendo mayor a cada nuevo disco por obra y gracia de un dinero bien invertido en publicidad, y poco a poco su status se acerca al de las, redoble y fanfarria, estrellas del rock.  Pueden ir de locos semipeligrosos, dar desplantes a diestro y siniestro, esquivar a los fotógrafos o pegarse a ellos como rémoras al lomo de un atún bien rollizo.  Un viento de sexo ocasional, bebercio mal controlado y carencia de horarios decentes los despeina constantemente.

    Por otra parte, yo le he dado el pistoletazo de salida a un mito ("Sabios de Oriente") y a varios primos del mito (otra clase de figuras legendarias, los best-sellers de a pie).  De esos primos, algunos eran altos y guapos y otros bajitos y resultoncillos, pero qué más da.  Perdí mi seguro médico el día que me echaron de Editors From Alexandria (un trabajo sencillo y sin grandes presiones que, después de odiar mucho tiempo, volvía a apreciar) y pronto volveré a tener otro en cuanto firme con el sufriente DeMoors: sí, amigos, voy a hacerme autonóma.  ¡Será una locura, pero seré legal!  Que os he salido emprendedora...  Entre la edición del próximo bombazo del escriba de los tres reyes y mis incursiones en el mundo de la prensa de combate (si sobrevivo), me voy a hacer consultora y escritora. 

    Del libro espero sacar la confianza y el respaldo sotto vocce de su autor en forma de contactos; eso y una buena carta de recomendación.  De la reportera de guerrillas que hay en mi interior, espero pasármelo bomba, conocer gente y visitar lugares exóticos (como la zona hullera de Gales).

    Aparte de eso, tengo planes.  Quiero decir, todos los tenemos (y somos de Dover): Ben está a puntito de llegar al mercado con un novelón rosa que acabará en el cine (al tiempo).  Jill debe de hacer dibujitos de jardines de ensueño que se guarda para sí, la muy perrucha.  Y yo, doblegándome al Destino con "D" de Deber, estoy empezando una segunda carrera como narradora.    Mi reportaje sobre Harmey Manor rozaba el registro del cuento corto.  Con este reportaje sobre una banda de rock subiendo como un cohete a punto de llegar al punto más alto de su trayectoria, la cosa irá de naturalismo con ciertos ribetes de tragedia en ciernes.  Y si no se me come la fiera de Gales, pienso ir visitando sedes de revistas con mis escritos nuevos; los dichos y más que vayan saliendo de estas manitas.

    Aparte de eso, tengo novio, hace buen tiempo (de cada cuatro días, dos son de sol) y no me importan unas narices ni mi peso ni mi pelo.  En cuanto a tía Myrtle le cobren la licuadora y se largue de bodorrio, mi casa volverá a ser territorio de mi propiedad.  Como la isla privada de un famoso o una de esas repúblicas donde el presidente es elegido por mayoría de los supervivientes a una diferencia de opinión. 

     Sí, mi vida es mía.  Tiembla, sección de autoayuda de Booksey Books.

    Después de consultar un mapa de Londres ASÍ DE GRANDE (insértese foto de Pam con los brazos muy abiertos), he conseguido ubicar la casa del prestigioso DeMoors.  Conque, ufana por lo fácil de resolver que ha sido esta búsqueda y orgullosa como un pez globo en medio de una montón de caballitos de mar especialmente flacos y con los ojos saltones, me encamino hacia la puerta de mi apartamento. 

    Entonces, una sección de mi cerebro encargado exclusivamente de las urgencias (la pobre ha tenido una vida muy achuchada) se dispara; vuelvo corriendo a mi habitación, me visto, me peino y hasta me maquillo un pelín.   Chancletas por zapatos, ahora sí; bolso y a la calle. 

    En unas pocas paradas de metro me planto delante de la casa de DeMoors.  Y dicen que la escritura no te hace rico...  ¡Ja!

    Se trata de un chalecito de tres plantas muy coquetón.  Nota mental: dejar caer si se ha planteado remodelar el jardín.

     (Más adelante, si es que soy capaz de encaminar el libro, por supuesto).

    Me abre una mujer unos años mayor que yo, de rostro agradable y maneras corteses.  Me imagino que tengo delante a Doña "Si no fuera por ella, yo habría muerto", creo que su apellido era "Ahora toma esta libreta y vuelve a hacer milagros, anda".  Desde el primer momento me cae bien.  Tiene una chispilla de simpatía en los ojos: si la luz fuese sonido, este sólo podría ser "tilín".  La señora, majísima de la majismería, viste de color crema: un jersecito finísimo de escote breve en pico y corto de mangas, amén de unos pantalones largos de raya sencillamente impecable.  Sus ojos de un verde agua y su pelo rojizo vivo, tan brillante que deslumbra, me tienen sobrecogida.  Al lado de esta mujer, físicamente yo no soy nada me pilles por donde me pilles.  Qué pedazo de señora.

    Más adentro, en su Salón con una Vista Fantástica de la Ciudad, DeMoors charla bajito con un tipo que sólo puede ser su abogado. 

     -Ah, Miss Pecker; gracias por su puntualidad.

     Madre de mi vida.  Y yo, con la ropa sin planchar.

     Conque el abogado da lectura al documento que debe de tener preparado desde hace un mes: se me contrata en condición de asesora, en todo momento la autoría corresponderá al Sr. DeMoors o si no, la cedo alegremente, bla bla bla.  Por supuesto, hijo, que una ya sabe a lo que viene.  A salvarle el trasero al figura, tantas horas cada día y empezamos mañana y luego, muchas gracias, aquí tienes, ha sido un placer trabajar juntos.

     Tiembla, Dios de la Escritura con pico de pájaro.

    Sólo haré un comentario al respecto:  mientras revisamos y firmamos el acuerdo, me sacan para beber un jerez aún más seco que el abogado.

     Lo bueno de tener la cosa ensayada (ellos, yo de qué) es que acaba pronto.  Y mi nuevo cliente al final me toma la mano entre las suyas y, con cierta emoción en la voz, sentencia:

    -Me ha salvado.

    Menuda fe.  Es lo que tiene trabajar con historias mesiánicas.

    Claro, entre pitos y flautas se me ha hecho hora de salir corriendo hacia mi almuerzo en El León Rampante con los chavales de Sirsinia.


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