Sí, es esa novela... 34.- Por qué no tengo mirilla para la puerta, por qué voy a comprar y hacer colocar una esta misma tarde.

 

El timbre suena un par de veces, dos timbrazos cortos pero decididos.  No conozco a nadie que toque así.  "¿Qué tendrá que traerme el cartero?", me pasa por la cabeza mientras me dirijo a la puerta.  Para cuando los sistemas de defensa se me ponen en marcha, ya es tarde: la puerta está abierta y tengo delante mío al rey del best-seller.

    -Imagino que después de un mes ha roto Vd. mi tarjeta.  Así que vengo a hacer un segundo intento desesperado.

     -Sr. DeMoors.                                       

     -¿Me permite, al menos, pasar para exponer mi caso?

    El suspiro de hastío no lo contengo.  Pero, y lamento decirlo, no tengo facilidad para decir "no".  Y aunque no me apetece un asalto dialéctico con aquí, el escritor más premiado del mundo, hago uno de esos gestos leves con la mano que invitan a entrar en casa. 

      Una imprudencia, ya lo dejó claro Stoker.  Mientras DeMoors toma asiento en el silloncito, saco su tarjeta de debajo de la geoda protectora.  Un cartoncito, mira tú.  Le echo una mirada de reproche al petirrojo de alambre y trapo.  

    -No rompí su tarjeta -sentencio a la par que se la dejo delante suyo sobre la mesita baja, la que me deshace las tibias.  Y los peronés.  Y los nervios.

    Él la contempla en silencio.  ¿No es algo humano, verificar las cosas?  Ese primer vistazo rápido de comprobación, lo necesario para reconocer algo...  Y luego, el mal trago de asumirlo y seguir adelante.

   DeMoors parece cansado.  No, espera, la palabra es...  Gastado.  Un hombre alto y seco; las ojeras disimuladas bajo la aplicación de cremas refrescantes y revitalizantes mañana y noche, pero evidentes pese a tanto cuidado.  Y, después de ver la tarjeta, algo más aflora. 

    Frustración.

    -Le confieso que estoy a punto de rendirme.

    De la de largo recorrido.  Se ve tocado y medio hundido.

    Sólo es una persona en apuros.  Y a Ben le gustó "Sabios de Oriente"...

    Qué diablos, a MÍ me gustó "Sabios de Oriente". 

    -¿A qué viene tanto problema?

    DeMoors cabecea, disgustado.  Se ve incómodo.

    -No me gusta.

    Voy a perder la paciencia.  Me queda una gota.  Sólo.  Una.  Go...

   -Verá, después de la gira promocional de "Sabios de Oriente" acabé agotado física y emocionalmente.  Lo llevé en el más celoso secreto y, hey, hurra, la prensa no se enteró, pero...  Caí enfermo.  Gravemente.  No la aburriré con el problema en sí, era complejo y... En fin.  Pasé casi un año entero tratando de recobrar la salud.  Hice progresos, me recuperé.  En parte.  Lo suficiente.  Tuve buenos médicos, pero sobre todo, buenos cuidadores.   Buena compañía.  Sin eso...

    -Lo siento -me sale sin querer.  Me sorprende mi propia sinceridad.

    -Gracias.  Estoy mejor. 

    No me creo lo que estoy a punto de decir.

    -¿Le apetece un té?

    -Sí, muchas gracias.

    Tras poner la tetera a hervir, le saco un vaso y una botella de agua fresca.  Bebe con cierta ansia.  Le hacía falta.

    -Estará enseguida.  Me estaba contando usted...

   -Sí, bueno.  Mi agente y mi editora llamaban cada cierto tiempo para interesarse por mi estado.  Cuando fue evidente que me encontraba bastante mejor, alguien dejó caer -aquí le sale una sonrisa tensa, sin atisbos de que le haga verdadera gracia lo que sea que venga a continuación, y me lo huelo -que un poco de trabajo podría animarme.

    Es lo bueno de los depredadores: siempre puedes confiar en sus tácticas de ataque y derribo.  Y en su hambre.

    -Al principio me eché a reír ante la propuesta.  Luego, poco a poco, la idea empezó a recibir apoyo de mi círculo más cercano.  "Deja que la creatividad vuelva a entrar en tu vida"...  "Te sentará bien volver al tajo"...   "Total, es como ir en bici"...  ¿Por qué le gusta tanto a todo el mundo esa expresión?  Se lo he oído decir a gente que se caería de un triciclo y a gente que no sale de casa sin chófer.  Es difícil conducir desde el asiento de atrás de un cochazo, y más con esas mamparitas ridículas que se ponen para su privacidad...

    La tetera silba.  Me excuso un momento para ir a preparar una bandeja con todo lo necesario.  Tengo un par de tazas decentes por ahí y un azucarero que no haría juego con las tazas ni volándolo todo con dinamita; pero está bastante nuevo, está limpio y no tengo ganas de más monsergas.  Hala, seamos británicos.

    -Aquí está el té.

   -Excelente. -La ausencia de las pastas momificadas me convierte en una anfitriona de pasar con poco, pero digna.  Qué gran verdad, menos es más...

    Nos abrasamos vivos los labios y la lengua por aquello de que si el té está delante, toca darle un sorbo, soplándolo antes en plan consuelo o no.  Ay.

   Una vez cauterizados, el espíritu ya tenso y metafóricamente erguido en su silla, DeMoors sigue su relato (sus ojos tratando de salirse de órbita, mis orejas abanicando el infinito):

    -Cuando la persona que más quiero en este mundo me puso delante un block de notas y un boli, supe que había llegado el momento de rendirme.  La besé amoroso, la piqué con lo feo de la cubierta del block, nos reímos lo que se espera de la broma de un tío tan inseguro aún como una cometa temblando en la brisa y hale: a tirar de aquel millón de ideas que tenía...

    -Lo que hacemos por amor -anda si estoy hoy oportuna.  ¿Dónde está aquél candado chiquitín que "pegaba" con mi pintalabios...? 

     -Tiene razón, no queda más remedio.  Ay. 

     Se encoge de hombros. 

    -El millón de ideas no estaba ahí.  -Chasquea la lengua.-  Para ser más precisos, pero imagino que lo adivinará: ni era un millón, ni eran tan buenas como recordaba.  Pero somos escritores, ¿eh?  Nos crecemos ante la página en blanco y acabamos por sacar el oficio: el de juntar palabras y contar, contar sin huecos ni pausas largas.

    -Lo admito, no se le da mal -le digo en plan abuelita, mientras entrecierro los ojos y levanto las cejas, aprobadora.  Oh, cielos, fulminadme.  Voy a darle otro sorbo al té.  Mejor un quemazo...  Vaya, cuán adecuado. 

    -Gracias.  ¿Sabe?  No esperaba una anfitriona tan atenta, la verdad.

    -Ya -dejo caer mientras intento borrar de un plumazo el recuerdo de lo desatada que iba las últimas veces que me vio.  No lo consigo del todo; la vergüenza aflora en forma de sofoco discreto.  DeMoors no se da cuenta (o al menos sigue con lo suyo…)

    -Costó lucha, ¿cómo no?  Arrancar.  Buscar temas.  Personajes.  Dónde empieza la historia en realidad, qué se juega cada cual, cómo se llevan....  Lo típico.

    -Déjeme adivinar -no me queda asbesto en la lengua, así que me la jugaré con la conversación. -Todo el mundo se puso muy contento de volverle a ver escribiendo y alabó sin reservas cada página de pe a pa.

     -¿También es adivina? –sonríe amargo.

    -Debería presentarle a una amiga mía.  -La palabra "amiga" me sale flojucha porque aún tengo reciente la trastada de la casa del terror.  -Le va lo paralelo y las largas distancias.  Ella dice que es porque ve desde lo alto el huerto de ecuaciones de 26 X 26.

     -Parece...  Una persona muy curiosa, sí.

     -Por otra parte, preguntarle sobre el porvenir puede no ser una buena idea. 

     Así, Pam, así: recogiendo velamen.

     DeMoors se encoge de hombros.

    -Su amiga es. Tengo el libro avanzado, señorita Pecker.  Muy avanzado.  Pero el plazo que me dio la editorial expiraba justo el día en que usted le cascó la sonaja a aquel portero.

    -Recepcionista.  -Lo corrijo rápida y suave.  -Ha recuperado la sonaja y hasta a su novia.

    -Ah, -trata de entender el escritor- ¿ustedes...?

    -Exclusivamente buenos amigos -le corto, con mi mejor pose de famosa asaltada por paparazzi en medio de la calle cuando estaba a punto de abrir la puerta de su deportivo.  -El plazo expiró, ¿y su editora...?

    -Bueno, Adriana me dió todo el tiempo que necesitara, por supuesto.  No le gustó, pero...

    Canastos.

    -¿Se ha puesto a trabajar con usted el esqueleto narrativo de la obra...?

    -Uh, no.  Primero, por deseo expreso mío, me dejó a mi aire.  Y luego, en fin, como salió de la empresa...  El chico nuevo es muy amable, pero no aporta nada de valor.

    Adriana fuera de Editors From Alexandria.  ¿A eso venía lo de la peluquería, una rabieta de impotencia...?

    Y el "chico nuevo"...  No hace falta ser detective: huele a miedo que apesta.  ¿Corregirle al gran Mike Miles DeMoors, el pelotazo económico de la década?  ¿Justo DESPUÉS de que su anterior editora sea despedida...?  Un momento.

     -¿Me está diciendo que echaron a Adriana de EFA

    -Hubo algunas... desavenencias con las altas esferas.  Cuando lo supe, traté de ver a quienquiera que tenga capacidad de decisión ahí e interceder por ella, pero se limitaron a quitarle importancia, encender sus vegueros y asegurarme lo bien y a gusto que iba a estar con el chico nuevo....

    Jolín y jolán.  No me extraña que la cosa esté en punto muerto.  El escritor está confuso y dudoso (por no hablar de aún medio convaleciente), y el editor más bloqueado que un elefante dentro del servicio de caballeros.   Se revuelve y recula, pero no avanza.  Metáfora perfecta.

    Momento en que el timbre vuelve a sonar.  Esta vez, un toque largo.  Del portero automático.

    (Astuto DeMoors, mira que saltarse el trámite de abajo...)

    -¿Sí?

    -¡Pam!  ¡Abre, soy tía Myrtle!

     Maldición.  Me quedo pasmada un segundo.  El Destino al ataque.  Trato de pensar, pero no puedo...

    -¿Pam?

    Y voy y abro por reflejo.  Maldición, maldición y maldición.

    -¿Esperaba visita?  Lo siento mucho. -DeMoors se levanta con intención de largarse. -¿Qué me dice?  Usted fue quien descubrió mi "Sabios de Oriente", usted supo valorarlo como merecía.  Ha leído libros recién terminados; usted sabe... Por favor, ¿me ayudará?  ¿Revisará mi libro, me dará su consejo....?

    Todo va muy deprisa. Tía Myrtle toca un toc-toco-toctoc en la puerta de arriba y abro bruscamente.  La asusto o eso me parece, pero recupera el porte nada más ver al altísimo DeMoors: que está a punto de irse, pero no sin rogar una última vez…

    -Pago bien.  Y podrá seguir con sus relatos cortos en la página web...

    El tío ha hecho los deberes.  Claro, aún no sabe que soy reportera de lo paranormal (mi carta en la manga).  Pone esos ojos de perrillo arrinconado, y parece tan razonable...

    Oh, mecagüen la nata montada.

    -Discutiremos las condiciones en su despacho mañana -le otorgo, y le extiendo la mano.  La acepta a toda velocidad.

     -Gracias.  Muchas gracias.  ¿Las señas...?

     Hago un gesto vago hacia la mesita mascatibias y a su tarjeta, la que sonríe victoriosa al fin.  "La paciencia me llevó hasta aquí..."

     -Las tengo ahí.

    -Una vez más, gracias.  Hasta mañana. -Se gira hacia tía Myrtle: -Ha sido un placer, señora.

      -Oh -sonríe la pava de ella. -Por supuesto.  Adiós.

    El taconeo de DeMoors se pierde escalera abajo.  "No le des tiempo a cambiar de opinión".

    A todo esto...

     -¿Ycómo tú por aquí, tía Myrtle?

    -Oh, querida.  ¿Te acuerdas de mi vieja amiga Ellen, de Altham-on-Aire?  ¡Bueno, pues se casa pasado mañana allá en su pueblo!

    Claro, eso lo explica todo.  O, espera.  No.  Tengo una cara fácil de leer...  Tía Myrtle frunce el ceño.

    -Y vengo a comprar un regalo y a coger el tren.  -Algo más bajito, y como recelosa: -No te importa que me quede un par de días, ¿verdad?  Como te he llenado el contestador de mensajes preguntando si había algún inconveniente y no he tenido noticias tuyas...

    El contestador.  Con Ben y los fantasmas, estoy yo para ir mirando contestadores.  Ahí va, ha dicho algo de un regalo.

    -Has dicho no sé qué de un regalo.

   -Había pensado en un exprimidor de frutas.  ¡No hay nada como un batido de frutas frescas!

     Cielos.

     -¿Qué?  No pongas esa cara...  ¡Espera que llegues a mi edad y verás!


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