Sí, es esa novela... 30 / Celebra la defunción de tus clientes.
El diluvio de felicidad que me ahoga
últimamente me impide darle importancia a nada de lo que veo en las
noticias. Vivo en Benlandia las 24 horas del día, soñando dormida o
ensoñando despierta. Una sonrisa perpetua me corta la cara como la cata
de un melón. Esta mañana he visto el calendario y no puedo creerme que
estemos ya casi a finales de julio. Los días pasan sin sentir más que un
amor meloso, zalameroso y pegajoso que me rebosa por las orejas y me pringa los
pelos, las manos y la agenda.
Mis
recuerdos recientes son un continuo de besuqueos, miraditas y
complacencia. Aunque Ben volvió a la floristería tras un amigable aviso
de Jill en la forma de un kriss malayo clavado en la puerta tras la persiana de
pirulos con una nota de lo más simpático para ser pura ira amazona:
"Hala,
ya habéis tenido vuestra luna de miel. Como mañana no bajes a vender
flores subo con un sacudidor de alfombras y te explico su folleto de
instrucciones en un máster intensivo de 6 horas. Tuya, J."
El horario de floristeria de mi amor y su leal empleada Jill-la-que-Dispensa-el-Dolor es lo bastante amplio para darle vueltas al bolo, estando como sigo parada y con la puñetera tarjeta de Mr. DeMoors oculta bajo la geoda de mi piso, soñando con el día en que vuelva a ver la luz del día. Por suerte, mi capacidad para postergar aquello que tanto me preocupa sigue intacta y rozando la genialidad.
Oh, he escrito cuatro o cinco pastiches con ideas y títulos de Jill para su página web de cachondeo terrorífico; he seguido revisando la sección de contactos del periódico, con algún vistazo ocasional a la otra, la importante, la de ofertas de empleo. Pero nada. He probado:
-lo
de la venta de ventiladores de puerta en puerta (un día)
-lo de azafata de congresos (pero me echaron rápidamente después de lo del ramo de margaritas en la convención de alérgicos, ¡como si no contase el fallo humano!)
Si existe una musa del trabajo (dudoso, ¿verdad?), de mí ni se acuerda.
También
he visto a Rebecca y Phil, felices como yo, riéndose de las cómicas situaciones
a las que el Destino los tiene abocados.
-Qué le vamos a hacer -dice Rebecca. -No te creas, las sorpresas estrafalarias tienen su encanto.
Un amor para siempre con un montón de anécdotas esperando a ocurrir, ¡como si Rebecca pudiera desenchufar sus poderes de adivina! Les di mi enhorabuena y les deseé buena suerte. En secreto, me froto las manos y me relamo pensando lo bien que me lo voy a pasar cuando salgamos juntos de excursión o a tomar un café. Aunque la patochada me suceda a mí también.
Y
una invitación genial en mi contestador: a la fiesta de las chicas del Can
Galán.
"Hola,
soy Susan. El próximo lunes, en el Pub La Urraca Nuclear. A las
siete y media de la tarde. Tráete ese novio tan majo tuyo. El
champán va a correr como un guepardo con el culo enguindillado. Ah, Randall
la de Dover dice no sé qué de una posibilidad de trabajo..."
Conque
le devuelvo la llamada a Susan y me explica la cosa entre carcajadas.
-La increíble colección de escorpiones de Lord Pitcock ha cascado. RDEUV, Requiescant Disecados En Una Vitrina. Parece que desde el día en que Caprichines se tragó el cactus en la guardería y las canguros salieron gritando a hacerle un lavado de estómago, los escorpiones estaban más nerviosos de lo normal. Se quedaban mirando los programas de teletienda hasta altas horas de la noche, los hocicos y las pinzas pegados al cristal de su terrario; dejaban escapar vivos los ratoncillos que les echaba la asistenta malaya a la hora de comer y, llevados a la consulta del veterinario, éste juraba y perjuraba que cuando se dio la vuelta, llegó a verlos un instante marcándose unos pasos del Continental. Total, el caos fue creciendo y al final, uno de ellos -creo que fue Zack- se escapó y vagó perdido por toda la habitación hasta que encontró un agujerito cómodo donde resguardarse. Por desgracia, resultó ser el del cañón de un revólver que el paranoico Lord Pitcock mantenía bien engrasado, cargado y amartillado, listo para hacer Bang. Que es justo lo que sucedió. Zack acabó reducido a leptones y salsa cocktail y los otros nueve malditos bichos cascaron de sendos derrames cerebrales simultáneos. Una buena labor de equipo, si quieres mi opinión. Tras enterarse, Paulina Spadetta rompió a reír como una lunática, incapaz de parar. Tuvimos que darle un tortazo y sumergirle la cabeza diez minutos en una pecera llena de brandy para calmarla. Lord Pitcock, bautizado Rufus Rupert Ronald Raines, salió de crucero a la India para olvidar (creo que mencionaron en la prensa amarilla un incidente divertidísimo en las aduanas del puerto con el montón de baúles de Pitcock y una bailarina exótica). Pues eso, que son ingresos fijos que perdemos, pero un alivio que te pasas a cambio y vamos a celebrarlo. Paulina Spadetta pasará el domingo entero cocinando los pasteles.
-¿Puedo llevar unos amigos?
-Puedes
traer lo que quieras. No tenemos el paladar fino.