Sí, es esa novela... 28 / Nuevos hitos de la literatura como chamanismo curativo.

 

    -Así que no has conseguido hacerte peluquera de perros.  Gran cosa -deja caer Jill con su tono despectivo, una de las cosas insuperables que tiene este mundo.

    No me importa.  El empleo así, a bote pronto, era algo que necesitaba probar.  Y después del episodio de las visiones de Rebecca, Jill me hizo jurar que la tendría al tanto de todo.  Así que, recluta obediente, después de cerrar el periódico y salir a la calle (camino por primera vez hacia El Can Galán, no se me pierda nadie), la he llamado al móvil.

    Sorpresa mayúscula, estaba.  Al primer toque.

    -Tienes fobia a las serpientes -me ha advertido.

   -Las serpientes no tienen pelo -le recuerdo.  Mi piel se pone de gallina.  Soy lo que soy, tengo la piel que tengo...

   -Ya les untarán aceite o algo.  ¡Un abrillantador de escamas, con fungicida y aroma a maderas nobles!  No puedo trepar a un baobab en el terrario de casa, pero...

     -Colirio para miradas fijas.

     -Afíneme el cascabel.  Sí, el diapasón del "fa" sostenido...

     -¿No puede afilarle la lengua?

     -¿Más?  ¡Si es una víbora!  En serio, Pam.  Habrá serpientes...

     -Pondré que soy alérgica en mi solicitud formal de empleo.

     -Eso le pasa al 99% de la población laboral, querida.

    Total, que nos hemos reído un rato mientras me dirigía hacia el centro de estética animal.

    Me ha deseado buena suerte.  "Seguramente no pasarás de la hora del almuerzo.  Creo que las falsas corales las llevan a partir de la hora del té".

    Por supuesto, entre broma y carcajeo, se ha tomado buena nota de la dirección y el teléfono del establecimiento y del nombre de Susan.  Y, ay, cuando Ben le ha puesto el mensaje que he dejado en el contestador del teléfono de encima de la tienda de flores, Jill se ha debido de poner en plan Ahura Mazda contra Ahrimán parte III, "Voy a abrir los cielos y dejar que las aguas te ciernan sobre ti y los tuyos, te arrastren a las profundidades y te sepulten en el oscuro cieno para siempre jamás, caigan las torres de Babilonia mil veces antes de permitir que se recuerde ni la inicial de tu nombre".  El hecho de que Jill haya decidido permanecer en la floristería y dejado venir a Ben en su lugar -tras meterle la soba de collejas reglamentaria- dice mucho de cuánto lo respeta, y de su olfato de mejor amiga feroz que tiene las cosas más claras que una misma sobre por dónde tira el carro de la vida.

    No sé de dónde me ha salido lo de "Socorro".  Supongo que no podía más.  Es lo que tienen esas cosas.

    Debo reconocer con cierta vergüenza que, mientras las cuidadoras ponían el grito en el cielo y corrían a darle palmaditas en la espalda y masajearle las tripotinas al cachorrillo a ver si le podían sacar el cactus del esófago, me ha venido un yo qué sé y un qué sé yo y me he echado encima de Ben. 

    El morreo desatado ha provocado una explosión de aplausos por parte de las chicas del Can, con la consiguiente hilada de aullidos, maullidos y cotorreos de memoria de los loros.  El desconcierto en la cara de Paulina Spadetta era inevitable: todos los escorpiones se han enzarzado a darse de pellizcos y coletazos.  Tengo entendido que el golpe de un objeto de corcho espeso en la vista es difícil de aliviar, tanto para ojos simples como para ojos múltiples.

    Jill me ha contado su nuevo proyecto: en sus ratos libres (¿ahora tiene de eso?) ha abierto una página web donde publica relatos de terror.  Me he quedado pasmada, pero luego lo he entendido: Jill escribe esas historias cortísimas -menos de una página- sobre fantasmas y muertos de los que van de aquí para allá estropeándole la tarde al personal.  Mezcla géneros y lugares comunes; se trata de tener la exclusiva original de cualquier idea posible que pueda hacerse con las dichosas criaturas de ultratumba.   Jill ha contratado un servicio barato de abogados y planea demandar a las productoras de cine cada vez que sepa de una historia que tenga parecido con las que ella ya ha previsto (y creedme, con su experiencia de años de cine macabro y su cabeza de doctorado en ciencias estigias, me temo que tiene un buen fajo de ideas).

    -¿Por qué no te pones a escribir algunas, Pam?  Las premisas ya las tengo...

    Lo dicho.

    El estilo de Jill es claro y divertido.  No se castiga con el tema: lo expone, lo desarrolla y lo resuelve en un par de páginas a lo sumo.   Lleva escritas unas cuantas; de dónde saca el tiempo, lo ignoro.  Entiendo que sigue tan sola como antes, aunque ahora lo lleve mejor.

     -Mira qué lista de títulos tan estupendos.

    Y mientras nos reímos y usa sus zalamerías para tratar de ganarme como escritora para su causa, algo me punza por dentro.

    El secreto de la chica en paro con la tarjeta de oferta de trabajo de Mike Miles DeMoors.



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