Sí, es esa novela... 26 / Testamento.

 

    Querido Ben,

    Voy de camino a lo que promete ser mi nuevo trabajo: nada más y nada menos que en El Can Galán, la boutique de estética de mascotas. 

    La chica que medio más manda se llama Susan; y aunque por teléfono no se puede oler, yo diría que sólo masca chicles de menta verde.  Porque la menta es fresca y picante como el sonsonete cantarín de la voz de Susan. 

    Me la imagino vestida con un mandil útil, pero de puro atrezzo: una especie de uniforme marca de la casa, una muestra de servilismo hacia la gente que pone a sus gatos collares con cascabeles de plata grabada...  

    El mandil de las chicas de El Can Galán será de un color raro y exclusivo, quizá de un azul turquesa oscuro o burdeos o verde oliva con ribetes de gris grafito y blanco.  Los mandiles llevarán escrito el nombre de su usuaria con letras elegantes, de calígrafo de finales del siglo XIX: justo encima del gran bolsillo central, el que va de adorno.  Los bolsillos útiles (los de los laterales, los que van cargados de tijeras y pinzas y peines) nada, sin más gasto en florituras.

    Las chicas de El Can Galán salen de casa todas las mañanas perfectamente maquilladas: una suave base, un resalte mínimo de las mejillas, perfecta la sombra de ojos.  Seguro.  Y el pelo largo recogido en la nuca con un coletero oscuro, sobrio y práctico.  En el metro leen revistas del corazón con el mismo interés que tú o yo (románticos insoportables) le dedicaríamos al plano de un tesoro.  Todo es falso, pero ¿no es la imaginación la que crea el mundo?  Y ¿no preferimos el mundo más vivo, curvado en un millón de millones de recovecos, una sorpresa tras cada esquina?

    Susan dará ordenes secas, por lo general no más de una vez, salvo si están todos los secadores en marcha y ese día tiene el alma herida.  Porque la piedad, amado, nos sale mientras nos acariciamos, distraídos, las cicatrices espantosas que nos cruzan por dentro, ¿verdad?  ¿O tú no estás marcado, de una forma u otra?  Sí, Susan mandará a diestro y siniestro, a veces con un ladrido seco y medio apagado mientras sujeta mordiendo una cinta de lazo.  Y milagro, las demás la entenderán a la perfección.  Juegos de la rutina sabida.  Para qué la palabra,  si hay intuición de por medio.

    Amado.

    Así, sin pensarlo más.  De pronto, como el chorro de agua hirviente de un géiser.

    Y me duele tanto no tenerte aquí ahora mismo...  

    ¿Cómo puede ser? ¿Cómo, con sólo unos pocos días?  ¿Cómo me llenas tanto?

    ¿Es porque puedo pasear contigo de la mano y perderme mirando las estrellas en la tranquilidad del cielo nocturno? ¿Es porque me has hecho reír, porque me has asombrado con tu descaro y me has conmovido con tu ternura?  ¿Es porque me diste el perdón y el permiso para seguir existiendo y acto seguido estoy perdida, sin trabajo, y con todas esas profecías -tan seguras- atropellándose por ponérseme delante...?

    ¿Dónde estás? Porque, sí, me siento perdida y más asustada que nunca.  ¿No vendrás ahora a verme?

    Te llamo al móvil, pero sale el buzón de voz.  Llamo a continuación a la floristería y claro, es Jill quien responde, vivaracha pero demasiado ocupada...  Porque está sola y tú al parecer reunido con tu agente, la de los ojos de duro gris azulado.  Discutiendo el capítulo 4, ni siquiera intentes negarlo.  Rebecca fue muy clara al respecto.  Y lo siento, porque el capítulo 4 estaba lleno de cháchara divertidísima de Lisa y Josh, los dos luchando a muerte por ser el más listo, el más fuerte, el vencedor.  Y tiene ese momento precioso al final, cuando Josh se da cuenta de que la está perdiendo y entonces se rinde y Lisa lo desarbola y lo abandona.  No he conocido mayor victoria y a la vez, mayor derrota... 

    Haz lo que debas con el capítulo 4, Ben, amor.  Haz lo que sea necesario, pero si puedes mantener el ritmo de la charla loca... Y no pierdas el final, por lo que más quieras.  No pierdas aquella joya de escena que encontraste escarbando en tu escritura.

    Hiciste algo grande por Jill cuando le diste la libertad de la tienda de flores.  Y después de hacer las paces con Rebecca, y la revelación de sus sueños como jardinera...  Creo que al fin es feliz.  Y es raro.  No es que vaya tirando cohetes por ahí, pero se la ve tan serena, tan cómoda con esa ligera sonrisa siempre en la cara...  ¿Te has dado cuenta?  Incluso al final del día.  Sobre todo al final del día.

    Por cierto, me ha llamado Rebecca.  Phil ha alquilado una furgoneta vieja para el picnic.  Ella le ha mandado por mensajero la sonaja que tenía en la puerta de su tuguriete de adivina.  Me lo imagino todo el día con la vista hacia arriba, perdido en sus ensoñaciones, mirando lo que los demás creen que es un cachivache y que para él es, simplemente, el cielo; contestando con algún murmullo distraído los saludos de los que entran y de los que salen e ignorando a los orgullosos (humph.  A-dria-na)...  Dejando pasar las horas entre fantasías perezosas.

    ¿Me arañará un gato persa, gordo y consentido?  ¿Pegará el mandil de El Can Galán con mis gafas y el color de mis ojos, desparejados tan convenientemente en el ambiente de la peluquería de mascotas?  Y esa vida que no reconozco, esa vida que podría ser la mía...  Llena de libros y viajes y el amor (alcanzado al fin, tan ansiado...)  Esa vida que no he tenido salvo en las delirios de Becky la muerdehierros, ésa me aterra y me fascina.

    Ojalá merezca la pena.

    ¿Estarás conmigo...?



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