Sí, es esa novela... 24 / Un camino claro.

 

El tuguriete de Rebecca está en Soho, entre un bazar de cachivaches electrónicos y una panadería de las de toda la vida.  De las que embriagan por la mañana con olor a pan reciente. 

    Y por supuesto, al abrir la puerta tintinea una sonaja de conchas. 

    ¿Qué siento?  Alivio de seguir pistas que parecen ciertas y el placer de ver esta sonaja entera, casi como si hubiéramos recuperado la perdida en el hall de la torre de Editors From Alexandria...  También cierto aguijoneo de culpa y un leve temblor.  De ansiedad. 

    La voz de Rebecca cascabelea desde el fondo de las escaleras.

    -El Pasado viene a conocer el Futuro...

    Jill se tensa.  Lo sé porque llevo su mano en el hombro y me lo está estrujando a base de bien.  Me imagino que los piratas jamás cabreaban a sus loros, desde luego no más de una vez: esto es horroroso.  Detrás de mis ojos el dolor se funde en un tráiler de cine de verano.  La presión del abismo hace crujir el casco de un batiscafo hundiéndose...

    -¡Capitán Fowl, 300 metros y bajando!  ¡No aguantaremos los próximos 20 metros...!

    -Cálmese, Wringle.  El H.M.S. Pam es una nave dura; aguantará.  Tiene que aguantar...

    Con un esfuerzo sobrehumano me suelto y escapo de los dedazos de acero de Jill. 

    Rebecca está sentada a su mesa de adivina.  No parece la vieja Rebecca.  Lleva una blusa de color hueso, blandita y amplia; los pendientes y los collares son largos, están cargados de dijes de plata y piedrecillas bonitas, cosa barata tipo ojo de tigre, turmalina y demás.  Y sonríe.  Es una sonrisa cansada pero amistosa, de perrillo que sale andando de una buena gresca.  Lleva el pelo más largo, una melena de rizos agrestes y libres.  Sus dedos juguetean con las cartas de adivina echadas sobre el tapete de terciopelo color cabalaza.  Y sólo en la mirada se percibe el filo de otros tiempos, la rabia por una sentencia a cadena perpetua.  No hay mayor crueldad que la de nuestra propia condena.

    -Bienvenidas a mi casa - y nos ofrece asiento frente a ella con un gesto de la mano derecha.

     -Gracias -musito.  Jill se lo piensa un momento, de pie y aferrando el respaldo de la silla.  Pero algo en la expresión de Rebecca la hace dudar... 

    Cede al fin.  Rebecca asiente, comprensiva; sin perder el tiempo, se pone a barajar el mazo de cartas.

    -No sigues en las Bamfley.

    -No -replica Jill aún a la defensiva.

    -Mejor -dice Rebecca sin separar la vista de las cartas.  Corta y mezcla el mazo como un tahúr de primera, rápida, Mozart fantaseando con melodías mientras pasea por Salzburgo: a la deriva e implacable hacia su destino.  Echa nueve cartas sobre la mesa formando una hache mayúscula; las recorre con la vista en un momento y quizá se sorprende, porque abre un poco más los ojos y la boca le forma una "o" muda.

    -Jardinera.

    -No exactamente.

    -Oh, créeme.  Todavía florista, pero tienes esos dibujos en la cabeza, en sueños...

     La máscara hierática en el rostro de Jill se quiebra.

    -Irá bien.  El Sol -se le escapa mientras recoge rápida la tirada y vuelve a afanarse en barajar.

    Jill tiene ahora la mirada perdida en alguna parte del estampado de cachemira, blanco fino sobre granate oscuro, de los faldones del mantel.  Parece totalmente inerme.  ¿Dibujos en sueños?  Soy su mejor amiga y no me ha dicho una palabra al respecto...  Si Rebecca no estuviese tan metida en hacer volar los naipes en cascadas, acordeones, abanicos y espirales, me asustaría a lo grande.        

    Desde las paredes nos contempla una pléyade de máscaras africanas en estado de estupor, las maderas oscuras ajadas sobre un empapelado de pósters más o menos esotéricos.  Creo que algunos son portadas de discos de los 70...  Tiene también un par de réplicas de papiros egipcios enmarcados, unas cuantas postales de gatitos pequeños, unas cuantas entradas de cine.  No puedo leer los títulos de las pelis.  Hay unas cuantas fotos autografiadas de escapistas y magos.  Y una vieja romana de tienda de pueblo justo encima de la litografía de una imagen que reconozco porque no soy una absoluta ignorante: es la Expulsión del Paraíso, de Miguel Ángel.  Del techo de la Sixtina.

    -Lo siento tanto -dice Rebecca.

   -Lo sé - le sale a Jill en un susurro con subtítulos.  Mi francés está un poco oxidado, pero creo que ahí debajo pone "Yo también".  Esto se está poniendo demasiado íntimo para mis nervios.

    Y ¿qué esperaba? 

   He venido a decirle que su antiguo amor está roto. A decirle que tenía lo que siempre soñamos, su otra naranja.  Eso que solemos perder en aras de un capricho, o de una racha de desorientación.  Resumiendo, por culpa de la cabezonería y la estupidez. 

    Y lo entiendo por primera vez: "antiguo amor".  Llamamos igual al amante y al sentimiento.  Lo veo: es porque son la misma cosa.  Todo uno.  Uno.  Nunca se es demasiado buena en matemáticas.  Así nos va.

    Al ataque.

    -Hemos venido por Phil.

    -No me digas.  Corta -y me tiende el mazo mareado.

   Conque corto y se lo devuelvo. 

   -En serio.  Entiendo que tendrías tus motivos, pero está deshecho.  Quizá...

    -Es una palabra tan vaga, quizá. -Reparte cartas sobre el tapete en líneas inesperadas.  Sus dedos bailan hasta la agonía.  Cuando la mano yace quieta y palma arriba al fin de la tirada, Rebecca se toma un tiempo para recuperar el ritmo de su respiración.    Oh, orígenes, orcos y ojeras.    La línea de la lentitud se eleva ligera al cielo.  En Tahití, tres tortugas traman tortuosas trapacerías para terminar como sopa de un tirano tripero.  Aliterándome, la sarnosa sincronía saborea su segura victoria, insensible...

    -Oh.

    El terror resumido en una sola palabra.  Yo me hago la valiente:

    -En serio, Becky.  Ese chico sigue coladito por ti.  Zumo de pera pasado por el tamiz de una media de nylon.  Es agua azucarada, de los huesos a las lágrimas.  Eres lo único importante en su cabeza y teniendo en cuenta los sudokus para metafísicos que resuelve...

    -Sssssht -y veloz, en susurros: -Sólo finge resolverlos.  No me despistes ahora...

    Bien por la misión de la Celestina.  Ni me escucha.  Y lo que es peor, está empezando a inquietarme con ese rollo del Largo Ojo de la Existencia.

    Figúrate el susto que me entra cuando suspira a lo grande, hala, sin pudor ninguno.

    -¿Qué? ¿Qué?

    -Sí, era majo.  Un chiflado encantador.  Tu tía Mirtle viene de visita para montarse un viaje a Varadero.  Disculpa.

    -¿Por mi tía Mirtle o por lo de chiflado...?

    -No, lo de la aliteración.

    Oh cielos.

    -Ya os podríais pasar todos a la metafóra –me defiendo.

    -Querida, vienes abusando de ellas durante toda esta maldita historia.

    -¿Eh?  ¿Qué historia..?

     -Nada.  Vaya, buenas noticias: tu amigo Ben va a recibir una llamada telefónica dentro de un minuto y diecis...catorce segundos.  Es una agente literaria.  El Destino ronda consumar un negocio...

    Consumar.

    -Sí, consumar.

    -No he dicho nada.

    -Desde luego...

    ¿"Desde luego"?  ¿"Desde luego que sí" o "desde luego que no"?  Venga, no lo he dicho en alto, ¿verdad?

    -...Alta, ojos de acero.  Buen timonel.  Las cosas se van a poner bastante moviditas, Pam.  Un contrato prudente.  ¿Recortes en el capítulo 4?

    -¿Recortes?  ¡Si es fantástico como está...!

     -Pam -Jill me frena imponiendo de nuevo su mano de superheroína en mi hombro. 

    -...Lo veo en una sesión de fotos.  Je, ese posado con cara de interesante....  Ahora le enseñan el libro acabado.  Tú estás a su... No, espera.  Es, uf, borroso.  Lo mismo sí que no.  Elecciones.  Un enfado.  Presentando el libro.  Arrea, ¿qué hace ella ahí? Siempre echa un pingo...  Firmando en unos grandes almacenes, bonita dedicatoria.  "Gracias, señor Least.  ¿Sabe?  Tenemos amigas comunes..."

    Espera.  ¿Ha dicho mi tía Mirtle...?

    -Te trae una licuadora... Un exprimidor...  Limonada.  La vida te la da, tú pones los limones.

    -A mí no me mires -replica Jill.-  Lo mío son los jardines; nada de huertos.

    Rebecca sigue con su reata de poseída.

    -...Lluvia de estrellas, corriente en verano.  El verano lo inventaron para el helado, ¿cómo no van a salir las cosas al revés pensando de esa manera?  Pero eliges.  Ah, sí, eliges...

     Y da mucho más miedo cuando se calla.

     Que es un rato.

    Ay. Ay ay ay...

    -...Y todo es como debería.  Empleos interesantes.  Sácame eso de los ojos.  Llevas una tarjeta en el bolsillo, pero te niegas a considerarla.  Viejas costumbres: migas de muffin y dolor en...  ¿Las tibias?  No, no hay piratas-atas-atas ¡dichosos ecos! a la vista.  Bucle: despido, periódico, entrevista, un día en el laberinto.  Oculto.  El ovillo lo va devanando Ariadna.  El León y la que forja la luz.  No puedo respirar...

     Cielos.  Es verdad, le viene un vahído y casi se estampa contra la mesa.

    -¡Rebecca!  ¿Qué te pasa...?

    -Pero es tan importante que lo sepas -gime débil.  Me ase insegura la mano asíBASTA!

    -Hey, chica, tómate un respiro -le susurra Jill.  Jill.  Suave.  ¿Cómo ha ocurrido esto?

    -Hay más...  Más.  Necesario para hacer el camino fácil.

    Casi no me salen las palabras.

    -¿Para mí?

    Y cuando me mira, tiene una sombra en los ojos.

    -También.  Para todos, para mí...  El precio.  Pagado.  Ojalá.

    Un escalofrío nos recorre de la una a la otra.  Somos mimos perfectos jugando a los espejos.

    -He venido por Phil -no intento despistarla.  Bueno, sí.  Porque suena a ruego y a histeria.

    -Es por el karma; no queda nada sin pagar.  Ni nada sin recompensa.

    Rompe a llorar, un llanto sordo y lunático.

    -Es tan difícil saber cuándo te está tocando lo uno y cuándo lo otro...

    No puedo más.  Intento levantarme para irme de aquí, pero no me dejan.  Rebecca de una mano y Jill de la otra.  La miro.

     -Creo que debemos acabar esto -se justifica mi amiga, frágil.

    Otro tirón más; intento soltarme, pero...  Ay.  Nanay.

    -Al final, eliges.  Si eliges bien, entonces, todo todo... -se vuelve otra vez a mirarme de frente-  No, las cartas no tienen nada que ver.  La tarjeta.  Años, Pam, años...  -una sonrisa dulce le tiembla en la cara.  -El primer libro es un éxito.  Con Ben navegando por el Sena.  Hace frío.  Es de noche.  Tanto frío...  Todo está bien.  Ese ilustrador está disponible.  Del viaje al Caribe, ¡ni se te ocurra!  Ya saldrá en la tele.  Colaboraciones, algunas mejores que otras. -Sus ojos se vidrian-   Nunca has visto algo tan bonito en toda tu vida...

     Otro silencio.  No me atrevo ni a respirar.

    -...La casa rebosa de trastos.  Esa primera Navidad es la mejor que recuerdas.  Lo sabes.  Levantas la alfombra... En rizo, pero no son simples direcciones.  ¡Claro!  Ahora lo sabes: pintadas de emociones, sabor a tantas líneas de la imaginación...  Puedes seguirlas y es raro, tantas a la vez y en vez de dividirte,  nunca te habías sentido tan entera, tan coherente...

    Vuelven a pararse.  Rebecca, el tiempo...  Resulta enloquecedor. 

    Cuando habla otra vez, su voz es un susurro herido.

   -...Estás ante las camas elásticas de un parque de atracciones.  Por megafonía suena música disco.  Tu hijita salta frenética, una sonrisa de felicidad absoluta cruza su cara.  Miras la luz de la tarde en los árboles, en el cielo azul, limpio por la brisa.  Segundos.  Quedan segundos.  Todo está bien.  Todo está bien...

    Se calla.  Ya no dice nada más. 

    Si era la eterna cantinela de mi abuela: no son más que charlatanes.  Y no se te ocurra nunca en la vida preguntarles nada, jamás.  ¡Corre, tonta, corre!

    La llevamos adentro, en busca de una cama donde tumbarla.  Rebecca hace todo lo posible por no encontrarse con mi mirada. 

    La casa de Rebecca es pequeña, unos cuartos detrás de la salita de adivinación.  Sus muebles son pocos y sencillos. Todo está muy limpio.  Libros de arte: Pollock, Miró.  Arthur Sendak.  Y genios del renacimiento.  Podrían darte alguna pista si nunca has tratado con Rebecca.

    Hacemos té para las tres.  Sacamos una caja de galletas danesas de la alacena.  Jill se las apaña para inventarse una conversación en la que sólo ella tiene ánimos para hablar.  Pero media hora después nos estamos riendo de unas tontadas que se le han ocurrido sobre Dick Lang y el salto con pértiga. 

     Son unas chorradas geniales, de profesional, cosa que Jill nunca admitirá porque ella es una chica seria que sólo se ve recortándose contra los fuegos del atardecer en el horizonte.  Si junto a un toro alado o a una línea de manzanos, sólo el tiempo lo dirá (cierra el pico, Rebecca, porfa).  Su endiablado talento innato para la comedia probablemente seguirá sepultado per secula seculorum bajo la ambición de una mujer demasiado lista para rendirse a los caprichos de un público difícil necesitado de diversión.

    Cuando Jill y yo nos vamos, ya es de noche.  Rebecca me ha dado las gracias por interceder por Phil.

    -Eres un cacho de pan ahogándose en la leche. 

     Suena medio a piropo medio a tomadura de pelo, conque no digo nada.  Pero ella añade:

    -Y te sienta de maravilla.

    -¿Le llamarás?

    La risa de Rebecca cascabelea en el umbral de la puerta de la calle.

    -Le he llamado veinte minutos antes de que llegarais.  El sábado próximo va a hacer un día fantástico para salir de picnic.

     Si ella lo cree, a mí me vale.  


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