Sí, es esa novela... 22 / Cordura cuestionada.
-A
ver si lo entiendo...
Enmarcada
en un espejo Art Decó y con caléndulas en las manos, Jill me mira con la
severidad de un párroco del día antes de la Plaga. Uno con la retaguardia
enguindada de almorranas.
-...Estás
sin empleo, pero vas a embarcarme en una búsqueda mítica tras la pista de Rebecca
la Muerdehierros porque el portero del Averno está lloriqueando por culpa de
unas conchas rotas y además tiene tus iniciales, lo que no significa nada
considerando que el alfabeto sólo tiene veintitantas letras y la ciudad varios
millones de habitantes... ¿Correcto?
Sopeso
un momento la sabiduría en las palabras de Jill.
-Sí, más o menos es eso.
-Y, ¿te das cuenta de que estás metida hasta las fosas nasales en una fase de negación espesa como el mercurio?
-¿Negación?
Negación, sí... ¿Espesa como el mercurio?
-Esa
cosa de dentro de los termómetros.
-¿La
que se hace bolitas?
-Vaya.
No hemos perdido la claridad mental.
Trago
saliva antes de empezar a excusarme.
-Al
menos, que la conserve una de las dos. Te necesito, Jill.
Desde
su banqueta de cerezo recién acabada y con el cubo de barniz a sus pies, Ben
sigue absorto el partido de tenis psicótico entre Jill y mi menda. Casi
no se atreve a respirar. Ni yo a mendigarle con sonrisillas de
circunstancias.
Jill
consigue mantener esa mirada suya superdura unos momentos más, en un ejercicio
de virtuosismo de la tensión de los músculos oculares que hubiera hecho
rendirse a Rodrigo de Triana y bajar de la cofa de la "Santa María"
llorando como un chiquillo. Uno con la vista cansada.
Luego
resopla y se vuelve hacia Ben.
-Ya
ves, jefe, esta es mi vida. Más rara que un puzzle de la foto de la
rejilla de un colador. ¿Qué, puedo escaparme lo que queda de tarde?
Ben,
cruzado de brazos, nos dedica unos minutos de silencio reflexivo antes de
contestar:
-Vale.
Bien. No hay problema. Pero, por favor, chicas, antes de
marcharos... Ayudadme a salir de aquí. Se me ha pegado la culera
del peto a la banqueta.