Sí, es esa novela... 17 / Paquetería II: lluvia y resmas para marear.

 

A eso de las cinco de la tarde salimos a por las fotocopias.  Llevamos el carrito de la compra...  El papel pesa tanto como la culpa, y os juro que sé de qué estoy hablando. 

    También nos hemos traído un par de paraguas plegables... Porque allá arriba el cielo se ha cerrado a la luz del sol de verano con un manto de nubarrones oscurísimos que parecen heraldos del fin del  mundo.  Retumban ecos graves de truenos acercándose; a cada momento la luz es más débil.  Por fin, justo antes de cruzar la calle para entrar en la copistería, el aire cede y un chaparrón tremendo cae inclemente sobre Londres.

    Entramos mojados y boqueando por la carrera y el susto; a nuestra espalda, tras las puertas de cristal, una cortina de agua emborrona la vista.  Eso y el sonido de las infinitas gotas ametrallando el suelo: no queda nada más. 

    En la copistería, sólo están los empleados y otros cuatro clientes.  Todos callamos durante unos momentos, quietos, sobrecogidos por la ira de la Naturaleza.

    -Vaya golpe de agua, jo -suelta uno de los chavales, allá al fondo del local.  Como por arte de magia, todos revivimos.  Una sonrisita cómplice aquí, un asentimiento allá...  Miro a Ben, está radiante.

    -Qué suerte, casi nos pilla.

    Dice "casi"...  En fin.  Me quito el agua de la cara y del pelo, y no le doy más vueltas.

    -Vamos a por nuestras copias.

    ¿Nuestras?  Venga, Pam.  Las copias.  Es el libro de Ben, no el tuyo.  Pero él asiente y se dirige al mostrador sin hacer comentarios.  Busca con la mirada a uno de los empleados, me imagino que es el que le ha atendido antes, y le enseña un resguardo con un número estampado en rojo en una esquina.

    -Hola, ¿está esto ya...?

    -Ahora salen las últimas.

   Me pongo al lado de Ben y abro el carrito de la compra.  Ben tira de cartera.  En cuanto la fotocopiadora termina de cantar sus ritmos y escupe la última hoja, el empleado, un pelirrojo alto de mandíbulas grandes y con gafas de pasta color sanguina, se pone a cuadrar y contar los paquetes de hojas.

    -Nueve.  -Plac, plac, ploc.  Plac.  -Diez...

    Voy metiendo con cuidado las copias en el carrito de compra.  Por fin, Ben suelta un billete y el otro lo coge y presto, le da los cambios y la factura.  Magia líquida.  De otro costal.

    Ahí fuera el Apocalipsis ya se ha dejado las fuerzas y sólo queda el típico chubasco de temporal, flojito y soportable si uno abre el paraguas y pisa con cuidado para no empaparse los pies.

    Conque sin correr pero sin fiarnos a parar, volvemos a la floristería.

    Jill disfruta de un rato de tranquilidad, cortesía de lo brusco de la tormenta.  Cuando llegamos está retocando la caída de las flores en un ramo de encargo mientras tararea la musiquilla de un anuncio de la radio.

    -Hola, jefe.  Buena caja, el frente tranquilo.  Estos narcisos quedan mejor echados hacia la izquierda.

    -No me extraña: huyen de tu camisa amarilla.

    Jill le frunce el morrillo, en un gesto de burla incapaz de ir en serio.

    -Hey, jardinera.

    -Hola, Pam.  ¿A cuánto va hoy el caviar?

    -Sólo por esa chulería, te quedas sin probarlo.

    -Mira qué pena me da.

    El mundo funciona.

    Es raro.  Desde que Ben me ha dicho lo de "te perdono", ya no me siento tan mal.  Y, para ser sinceros, no sé si es por eso o porque ya estamos preparando los envíos o porque Ben y Jill se ven tan contentos, tan... No, no satisfechos.  Tranquilos, esa es la palabra. 

    Oh, Ben está muy excitado con todo esto de salvar un libro que daba por perdido.  Pero, nervios aparte, se ve equilibrado.  Como si estuviese enchufado a una cuenta corriente de alegría y confianza.

    Sólo debe de ser eso, nada más y nada menos.  Y es contagioso. 

    Por mí, genial.

    -¿Puedes seguir al cargo hasta las siete y cuarto? -le ordaga Ben a Jill.

    -¿Tienen los babuínos escocido el culo?

    -A este paso, en menos de diez años te subo el sueldo.

    -Gracias, McBen.

    Tiramos por la trastienda y escalera de caracol arriba a casa de Ben. 

    Habíamos dejado todos los sobres ya preparados, con las direcciones pegadas y una hojita con los datos de Ben y un resumen de presentación dentro:


    "Lisa y Josh no tienen nada que decirse después de un intenso y accidentado idilio de tres meses.  Nada, excepto...  ADIVINA MI CUMPLEAÑOS. 

    Una excusa para volver. 

    Porque los dos saben que apenas les queda una oportunidad.  Tras amarse y reñir, tras ponerse el uno al otro mil zancadillas en un lunático y desesperado intento de tener razón, ya no saben qué hacer para pasar el mal trago, olvidar los malos momentos y recuperar aquella intimidad mágica que una vez los hizo sentirse como nunca en la vida... 

   Llena de diversión y locura, ADIVINA MI CUMPLEAÑOS es un vértigo de emociones y entretenimiento creado por el nuevo valor Ben Least.  En sus propias palabras:  'No te aburrirás ni un segundo'.  Un lema a tener en cuenta..."

           

    No está mal, ¿verdad?  Es mío, me ha salido de un tirón. 

    Luego me he pegado dos horas intentando pulirlo un poco.  No ha habido manera, no sabía cómo...  Total, se ha quedado así.  Ah, y al final de la hojita de presentación, los datos completos de Ben. 

    Nos ponemos a meter copias de la obra en los sobres y a cerrarlos bien.  En diez minutos está todo listo para salir zumbando a Correos.  Con un poco de suerte, los treinta sobres saldrán con los primeros envíos de mañana.  Con un poco de suerte, alguno será aceptado.  Ah, quizá sea por eso que me siento mejor...

    Por la esperanza.


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