Sí, es esa novela... 15. Horizonte de sandwiches y jardinería aplicada.

 

Me duermo a eso de las seis de la mañana y despierto tres horas más tarde, con la típica cabeza llena de puré de patatas y el cuerpo en huelga de aromas presentables.  Malditas mortajas de hilo empapadas en sudor.

    La chica de la tienda de las sábanas me juró por la curva de sus pestañas que eran lo más fresco a este lado del Círculo Polar Ártico.  Está claro que no conoce a Rye o, por poner un ejemplo menos extremo, la fábrica de hielo de la calle Steamcrest.

    Ánimo, Pam.  Quedamos en que serías valiente, así que hale.  Arriba...

    Caigo frita otra media hora más.  Por fin, la segunda alarma del despertador arranca a tocar su cancioncilla...


     Cosas que eliminaré de la existencia el día que me alce hasta el Máximo Poder Mundial:

     -Todo tipo de alarmas, zumbidos, cancioncillas y soniquetes de despertador.  ¡Dormid, lirones, la Revolución ha terminado!

      -Calcetines que se agujerean el primer día.  Ése si es un producto fresco.

      -Calcetines que se agujerean al segundo día.

    -Calcetines que ahora mismo no tienen tiempo, perdona, pero prometen conseguir ventilación antes de acabar esta misma semana.

    -Chinchetas con el canto de la cabeza afilado.  Cada vez que tiras de ellas para quitarlas del tablón de anuncios, te las clavas bajo las uñas...  ¡Ugh!

    -Los conciertos de piano y tuba a cargo de vecinos con poca habilidad para el piano y mucho entusiasmo por la tuba.

    -Los chistes largos.  No suelen merecer el esfuerzo de escucharlos.  Ni el de contarlos.  ¡Sosos de la Tierra, voy a por vosotros!  ¡Huid o desesperad (el que la hace la paga)!

     -Listas de cosas por hacer: mañana mismo me pongo.

     -Listas de cosas que odio (nadie es del todo coherente, ¿eh?).

 

    ...Y dijo el santón, disfrutando de su taparrabos lleno de pulgas: "La existencia no es un continuo.  Cada vez que parpadeas, se desvanece y se vuelve a reconstruir".  Cierto.  Por otra parte, se reconstruye mejor echándote un sándwich al buche; al menos, la parte que tiene relaciones con  tus fronteras personales.

    Los sándwiches son las partículas elementales de la existencia: montados capa por capa en una alharaca de decisiones caprichosas y salivantes, mordidos con deleite, dejándose llevar en un  éxtasis de fuerzas irresistibles...  Ellos calman, ordenan y dejan todo como tiene que ser. 

    Y cuanta más hambre tienes, más intercambiables son uno por otro: la necesidad de comer como hiperesfera.  El hambre cabe en el mundo pero se sale de sus límites conocidos enrollándose en curvas de diámetro menor a longitudes de Planck...  Vale, se me va la cabeza.  Será por hambre.

    Éste que me gira en las manos, deseoso de ofrecer su mejor ángulo, es un campeón entre campeones: salsa rosa, tiras de apio, piña fresca cortada a cubitos, gambas y paleta de pavo con aceitunas.  Es el número 37 de la carta de picoteos del Rumbling Café, a cuatro manzanas de casa. 

    Según mi experimentado punto de vista, cuando te espera un día de aúpa, lo mejor es un número 37.  Y el té helado con hilachas de pulpa de naranja (y su gotita de ron) lo acompaña mejor que un canario a una cajita de música. 

    Y no es que suene Tchaikosky con campanitas de fondo, precisamente.  Aquí, por la mañana, ponen música cañera y optimista: himnos para la batalla.  El tipo de cosa que te hace remangarte y encarar lo que sea que te eche encima el día.

    Acurrucada en mi rincón favorito del Rumbling, entre mordiscos al 37 y sorbos de té, las ruedecitas dentro de mi coco empiezan a tricotar planes de ataque:

    1: Me pido una segunda tetera y enciendo un equipo.  Esto es un cibercafé, con la parte de "-café" tan válida como la de "ciber-".  

    2: Tiro de buscador y me apunto veinte, espera, mejor treinta agentes. 

    3: Pongo a la cabeza de la lista los que me suenen de charlas insustanciales en Editors From Alexandria.

    4: Salgo corriendo al servicio.  La vejiga humana no está hecha para soportar mucho tiempo el contenido de dos teteras

    (Buen logo, y los colores... Mira que me gusta este envoltorio de toallitas húmedas...)

   5.  Si los agentes tienen blog o han dado alguna charla, los encuentro y me los leo.  Nueva criba: los que me caen bien, para adelante. 

    6: Nuevo viaje a los servicios.  La ciencia moderna no ha llegado a sondear el fondo de la capacidad urinaria humana. 

    7.  Imprimo, paso a recoger las hojas y a pagar...

    Salgo del café con las tripillas y mi carpeta rellenas.  Paro a comprar sobres para los treinta envios (de ésos que van con un mullido de plástico de burbujitas) antes de pescar un dos pisos hacia Earning Street.  Para matar el rato, cuento todos los escaparates con maniquíes con cabeza y todos los que los tienen decapitados. 

     Al bajar en Old Salvas Square, van ganando los sintesta por un cuerpo de ventaja.  Ironía que posiblemente no vais a pillar, porque los párrafos de "viaje en autobús" pueden poner a dormir a un grano de café.

    La floristería está hasta arriba de gente.  Debe de ser el Día de la Otra Madre o algo así. 

    Jill se ha puesto su peto vaquero, su camisa amarilla mostaza y su pin del código de Hammurabi.  Está radiante, sonríe como si fuese descalza caminando sobre un mar de plumeros suaves y locazas.  Ella y Ben se desviven atendiendo a su clientela:

    -Un ramo de lirios blancos, por favor.

    -Me llevaré esta macetita pequeña...

    -¿No tendrá unos sobrecillos de fertilizante?

    De fondo, la radio va desgranando temas poppies de los ochenta, bajito y con alegría.  Todo es luz y verdor aquí dentro.  Por suerte, hay unos bancos entre las enormes jardineras y el cristal del escaparate, así que me siento a esperar.  Mírame, soy otro maniquí.  Y tengo cabeza...

    Pasan un par de horas hasta que la cosa se despeja un poco.  Ben susurra algo al oído de Jill y ella me mira y asiente.  Ben deja el mostrador y se acerca...

    -Vale, vamos a por ese original.

    Y cruzamos la cortina de pirulos de plástico hacia la trastienda.


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