Sí, es esa novela... 03 / Presente imperfecto (y me quedo corta).

 

Vuelve a empezar el verano, pero da igual.

    Despierto en mi apartamento.  La única compañía interesante por aquí es una maceta de petunias.  Se están quedando mustias. 

    Me quedo sentada al borde de la cama.  Tengo los ojos entrecerrados, el morrillo prieto en un mohín enfurruñado.   Me calzo las zapatillas de rizo al segundo intento y camino bamboleante hacia el baño.

    Abro el grifo.  Chorreando agua mentón abajo, cojo la toalla, me refroto la cara con todas las energías que puedo reunir y acabo mirándome en el espejo: dos ojos fijos, duros.  De los que tienen pruebas.

    Y entonces, en perfecta sincronización...

    La vecina de enfrente (la de los rulos eternos, con un empleo en una fábrica de llaves de paso y un marido al parecer conseguido en un taller de figuras de cera, "Hombre sentado frente al televisor") tiene el detallazo de suspirar por mí.

    Es un suspiro redondo, dolido, de reglamento.  De los que reverberan a través de tabiques y patios de luces.  En la verja del Palacio de Buckingham a un guardia se le vuela el gorro.  Un huracán barre la isla de Lindasuerte en el Caribe Sur nueve días después…

     Espera.  No me lo puedo creer.

    Sí, estoy teniendo una visión: las noticias muestran las palmeras dobladas al viento y el agua cayendo a mares y corriendo turbia por el bendito suelo de Santa Prosiga, capital de Lindasuerte.  Lo pone en los titulares de fondo (mal escritos, como de costumbre: “hurcán”).

    Bonus Flash: veo también a mi tía Myrtle mirándome muy enfadada mientras agita un exprimidor de limones en su mano izquierda.

    Flash pirata: veo a Dick Lang, el actor más famoso del mundo, llorando sobre un bulto blanco en las puertas de unos grandes almacenes.  Hay bomberos a su alrededor.

     Y requeteflash: me veo a mí misma, riéndome a carcajadas y bailando por la calle. 

    Y entonces alguien me besa –GUAU- con una intensidad tal que me caigo de culo en el suelo del cuarto de baño, por fin de vuelta aquí en la realidad.

    Para y céntrate, Pam.  Estás en casa.  Estás en casa.

     ¿Qué rayos ha sido eso?

   Me cuesta unos minutos calmarme lo suficiente como para poner un cazo de agua a hervir.  Saco de la alacena mi taza de la suerte (¡Ja! ¡Qué cachondeo!) y una cucharilla del cajón bajo la encimera.

     La rutina de cada día...

    Cucharadita de lecitina, otra de levadura de cerveza; la desesperación reina más firme que nunca.  Trago de agua del grifo. 

     Mfpuajuh.  Qué rica.

    Apago el fuego y echo una bolsita de té en el cazo, la ebullición recién muerta.  Saco unas pastas viejas: secas, camino de rancias, descartadas tantas veces...

    Si no llega a sonar el teléfono, me tomo aquello.  Es Jill.

    -Matinée de Fuego.

    Resoplo por las narices, se me aparece una media sonrisa. 

    -¿Cómo se llama el bodrio?

    -Puente Zombi. 

    Me aguanto como puedo la risa. 

    -No me digas.  ¿Lejano, cercano, algún río en concreto...?

    -Más querrías.  Un dentista adicto al trabajo que la diña cayéndose por la escalera, justo en el momento en que empezaba su primer fin de semana libre en mucho, mucho tiempo.  Total, que después se levanta y empieza a “visitar” a  sus clientes habituales...  

    -Vale, vale.  ¿Dónde estás?

    -Asómate por la ventana y me verás torcer la esquina.

   Se corta.  Me asomo.  Pasan seis largos segundos.  Tuerce la esquina con un saco de basura debajo del brazo, lleno de algo plano, doblado y molesto de cargar.

    Sé perfectamente de qué se trata...    

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