Sí, es esa novela... 09 / Sí, yo lo hice: tenía el móvil y la oportunidad...

 

¡A la espera!

    A continuación, para los amantes de los eufemismos, nuestro Top 10:

 

    10.- "Alegre y juvenil" (quizá el estampado desvíe la atención de su cara)

    09.- "Nada grave" (cuatro días con fiebre en cama, deseando morir de una y por todas)

    08.- "Estudioso (III)" (siempre puede recuperar en Septiembre)

    07.- "Estudioso  (II)" (siempre puede repetir curso).

    06.- "Estudioso (I)" (siempre puede dedicarse a la política)

    05.- "Unos kilos de más" (invisible para el otro género.  Para cualquier género).

    04.- "Un bache sentimental" (decidió abandonarte por un babuino comedor de piojos)

    03.- "Dificultades económicas" (he olvidado la forma de las monedas de curso legal)

    02.- "Algo mal sí me cae" (la odio y ojalá se la coman viva las hormigas)

    01.-  "A la espera" (desechado, peor que muerto; ni cuenta... ¿De qué estaba hablando?)

 

   Un arrebato de coraje puñalero me recorre la médula espinal.  ¡Adriana ha desechado el manuscrito de ADIVINA MI CUMPLEAÑOS!

   En estos momentos ya lo habrá tirado a la papelera.  Porque Adriana sólo usa la trituradora para papeles que lleven su número de cuenta corriente...

   Conque admiro preocupada la foto de Dick Lang (ejemplo de limpiezas dentales regulares) que Miriam tiene pegada en su cubículo mientras trato de pensar en un plan para entrar en el despacho de Adriana y recuperar el legajo, robándoselo de debajo de las narices.

    Entonces recuerdo que en la escuela primaria siempre suspendí en Arrojo y Temeridad.  ¡Rayos!

     Carente de entrenamiento básico (y apurada en el apartado Imaginación) decido pasar a lo que pueda colar como Plan B: llamar urgentemente a Jill. 

    A ver si hay suerte y la pillo con el genio torcido.  Jill cabreada es mejor que el Séptimo de Caballería, mejor que un fontanero desenfundando llave inglesa frente a un reventón, mejor que la cuerda que cae justo al lado de tu mano cuando las arenas movedizas te llegan al cuello.

    Tecleo con saña mientras Miriam finge que ya me he ido y no tiene al lado a una chiflada marcando el mismo número en el móvil por tercera vez. 

     (Es lo que tiene la saña, reduce la puntería). 

     -Hola, este es el buzón de voz de Jill Fenimore.  A ver, intenta repetir conmigo antes de que suene la señal: Nabucodonosor, Asurbanipal, Ahuramazdista...

    Malditos servicios de telefonía para una vida mejor.  Me pregunto si estará abierta la oficina de Correos, siempre puedo mandarle un telegrama...

    Uy.  Espera, corrige eso.  Me pregunto si aún existirá una oficina de Correos desde donde se pueda mandar un telegrama...

    Le preguntaría a Miriam, pero ha salido a bastante velocidad diciendo algo de cerrar los libros de cuentas de La Neurona Hurona, la línea de autoayuda de Editors From Alexandria.  Vuelvo a llamar a Jill.  Ahora comunica.  Eso promete. 

    Le voy a dar otros cinco minutos.  Nadie sabe cómo mantener a Jill al teléfono más de un par de minutos, es como montar una pantera en un rodeo.  No es que necesites espuelas y correajes, es que te haría falta un injerto.  De tus muslos en su espalda.

     Oh, no.

     Ese de ahí es Rye, el encargado de la limpieza.

    (Se llamaba Ray.  Adriana pagó el cambio de nombre en el registro y le ofreció un contrato por cinco años.  Adriana cree en sus propios golpes de ingenio.  Mucha gente debería hacerlo, sobre todo si quiere conservar su empleo en los dominios de la Reina Hambrienta).

    Debería haber terminado hace más de una hora.  ¿Qué hace aún aquí?

    ¿Será por su hobby?

    Rye es alto, es flaco y pierde su tiempo libre en el solarium de rayos uva que los ejecutivos de Fiscott Inc. tienen cuatro plantas más abajo en el mismo edificio.  Ninguno lo conoce y él no les dirige la palabra.  Enigmático y con esas miradas de desprecio absoluto que acostumbra a echar por el rabillo del ojo, los tiene muertos de miedo.  Todos creen que es un jefazo de las alturas más altas, un exiliado de Texas o algo así.

    Es una broma demasiado buena para reventarla.  Porque aquí Rye no le cae bien a nadie, pero los estirados de Fiscott son de los que merecerían ganar un premio de bajar solos en el ascensor: con Rye y haciendo parada en todos los pisos.

     Si Rye vacía la papelera de Adriana en su cubo, adiós.

     ¿Qué hago? ¿Qué hago?

     Vaya.  Alguien ha llamado a Rye; es una chica con pinta de aburrida.  Oh, no: soy yo.

      Glups.  Rye me mira con su ceño antihumanidad.

      -¿Sí?

     -Eh, Adriana me ha pedido que le diga que ahora tiene a alguien muy importante en el despacho y no desea que se la moleste.  Que por favor vuelva más tarde...

      Recibo un vistazo más despectivo que largo.  Sube la barbilla y empuja el carro hacia la salida de atrás.

      Ha funcionado...

      Uf.  No me lo puedo creer.  ¡Ha funcionado!  ¡Soy la leche!  ¡Soy genial!

      Todo va a salir bien. 

      Reboso optimismo.  Vuelvo a llamar a Jill, me muero de ganas de contárselo.  ¡Ja!

      -El número que ha marcado se haya temporalmente fuera de servicio...

     Ahora mismo no consigo recordar cómo me dio por comprarme el móvil.  Ni por qué lo conservo.  Lo apago y me lo guardo, medio envuelvo en el pañuelo más guarro y retorcido que llevo en el bolsillo.

     Luego me arrepiento, lo saco y lo enciendo otra vez.

     Adriana sale del despacho.  Pregunta por la encargada de  Biografías Injustas.  Rápida como una exhalación, me giro e imito un adorno art-decó.

       -Ah, Pam, ¿aún estás aquí?

       -¿Eh? ¡Ah! Sí, tengo que hablar de no sé qué con, esto, Lydia la de, hum, cubiertas.

       -Vale.  No te desanimes -  Suspira.  -Necesito café -termina, y se larga sin más.

       La puerta del despacho está abierta.  Nadie está mirando.  No hay Adriana.  Ni Rye.

       Ahora o nunca.

       La moqueta es color avellana.  Curioso, nunca me había fijado.

       Nada en la papelera.  Nada sobre el escritorio.  Nada en ninguna parte.  Oh, vaya.

       Qué te parece...

       Parece que hoy tenía ganas de jugar con la trituradora y no tenía a mano papeles con su número de cuenta.

       Salgo de ahí, vencida.  Fin del juego.

       Espera un momento.

       Vuelvo a entrar y me vuelco el contenido de la trituradora en el bolso.  Sólo necesito las tiras de una página en concreto; una página mayoritariamente en blanco, distinta de las otras, fácil de separar del montón... Eso y un ratito breve para montar el puzzle.

       La página de presentación, con los datos del autor.

 

        La máquina trituradora de Adriana es una Fury Special de 99 cuchillas, con Sistema Stonesparks de Afilado Perpetuo.  Divide una hoja de papel corriente y pulpente en 100 finísimas tiras, la mayoría de las veces cortando a través de los caracteres escritos.  Su Paquete de Eficacia Ampliada incluye bandeja de entrada y un motor de 50 revoluciones por segundo, lo que le permite pulirse hasta 72 hojas por minuto.  Cada vez que la Fury Special se enciende, tiembla hasta el bosque de Sherwood.

         La Fury Special lleva un depósito anexo de tinta gris con pulverizador fino para emborronar las tiras salientes, pero esas cosas siempre terminan salpicando. 

          Y las huellas húmedas de gris sobre la moqueta de color claro ponían a la jefa de los nervios.

           (No es que Rye se rompiese las uñas frotando para sacarlas).

          Por mucho que Adriana llamaba al chaval del  servicio técnico, no había forma de evitar las fugas.  Ni ajustando la inyección de aire, ni obturando la salida del difusor, ni siliconando los cantos del depósito bajo...

         Durante semanas, el técnico recibió toda clase de halagos, incentivos y amenazas, alternados al azar tan rápidamente que hubiesen hecho gritar de pura histeria a un cacho de piedra pómez.  Pero nada.  No sirvió de nada.

          Al final, Adriana se deshizo de la tinta final, confiada en la inevitable superioridad de la Fury Special.  ¿Por qué no?  Aquel trasto no sólo está catalogado como el aniquilador definitivo, sino que además trabaja a sus órdenes.  Unas que nada ni nadie osaría desobedecer…

            Y bueno: eso me da una minúscula, discretísima y valiosa oportunidad.

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