Sí, es esa novela... 08 / Error, Señor Conrad: la Oscuridad no tiene de eso...

 


 Jill lo llama Upper Nose.  Razón no le falta: por aquí, los caniches se suenan los mocos con pétalos de rosa.            

    Editors From Alexandria tiene sus oficinas en una torre de acero y cristal con mármoles en el recibidor. Aquí el problema no es entrar, el problema es que el recepcionista te devuelva los buenos días.

    -Buenos días, Perkins.

    -...

    -¡Devuélvamelos, que son míos!

    Imposible.  ¿Veis?

    El ascensor sube quince plantas en seis segundos, lo que no es una velocidad razonable para el páncreas o cualquier otro órgano un metro a su alrededor.  Pero hoy no me importa, estoy de muy buen humor y tras recoger del suelo ese peluquín y devolvérselo al señor que llevo al  lado, salgo del cajón de carreras con una sonrisa.

    -Adriana la espera, señorita Pecker.

    Es lo que tiene llamar antes. Y quedas genial.

    Además, a todos nos gustan las buenas noticias.

    Toc toco toc toc en su puerta y oigo un "ahlahte" apagado ahí dentro.  Conque abro y paso.  Adriana DePail reluce tras su escritorio como acostumbra.  Aparta lo-que-sea-que-tiene-delante-para-simular-que-está-muy-ocupada y me presta toda su atención...

    Eso es muy inquietante y se dice que ha hecho huir al galope a más de un oso polar, más que nada por los ojos.  No por los iris, de un verde turquesa inesperado, sino por la voracidad que asoma por las diminutas pupilas que los perforan.

    Por suerte, sé que no va a afectarme.  Tengo años de experiencia en esto de plantarme delante de Adriana y sobrevivir. 

    Así que me piso los juanetes del pie izquierdo con todas mis fuerzas y -sin perder el contacto visual y dándole una sonrisa de empresa- recito para mis adentros a toda pastilla un mantra de seguridad 

     ("…no soy comestible nonononono, no lo soy no va a comerme ¡oh, Dios, por qué me has abandonado no arghsocorroooooo...")

      con una desesperación tan intensa que dejaría a la altura del betún la fe de un apóstol.

      -Dime que te ha gustado.

    Adriana tiene la voz más espesa que una cucharada de miel en la boca de un borracho.  Es el tipo de voz que puede hacer de los hombres una cuadrilla de lemmings al borde de un acantilado y de las mujeres un cruce entre un melocotón sonrosado y un pavo ahuecando sus plumas. 

    Eso es terrible cuando no tienes nada en las manos y te mueres de ganas de decirle un "sí", pero hoy... ¡Ja!

     Hoy todo irá bien.

    Como he dejado caer más arriba, hoy me siento invencible y todo es un tobogán de patio de recreo de guardería; uno de esos de pendiente suave, acabados en plásticos de colores vivos y con una baldosita blanda para cuando acabas de culo en el suelo.

    Es un alivio.  Paladeo el momento mientras me dejo llevar y suelto un "¡Oh, sí, por supuesto!" casi, casi demasiado entusiasta.

    (No quiero resultar sospechosa).

    Adriana abre más sus ojazos de póster de revista para adultos y se adelanta hacia mí.  Las trazas de hierro en mis hematíes se abalanzan hacia el imán de su hambre de dinero y éxito ególatra.

    Lucho por levantar el manuscrito a modo de protección entre ella y yo.  Justo a tiempo.

    -Dame esa joya...

    Huy.

    ¿Qué pasa aquí?

    Mis dedos se pegan al sobre amado.  ¡No puedo soltarlo!  ¡Oh angustia, agh!  ¡Terror!


             Los

                   Glaciares

                            Avanzan

                                      A su

                                            Marcha

                                                    De siempre y

 

    Adriana tira y noto la succión del tirón en las yemas de mis dedos -POP!

    Cielos.  Adiós a renovar el pasaporte, sin las huellas dactilares.

     A ver...

   Adriana no da señales de haber notado nada.  Ciertamente, el tiempo es relativo.  Mis horas de agonía pegada al sobre color manila han sido para ella las centésimas de segundo de siempre.

    Bueno, ahora ya no está en mis manos.

    Nunca mejor dicho.

    -Mi informe va por delante, como siempre...

     -Chissst.

     Pues vale.

     Medio minuto.  Uno.

     Tres minutos.

     Espera, ¿es decepción eso de la cara de Adriana?

    -Bueno, lo pondremos en la reserva.

    -¿En la reserva?

     Adriana me mira.  Ay, jolines; lo he dicho en alto.  Pero debe haber sonado lo bastante extrañado, porque se queda unos segundos totalmente desconcertada antes de su habitual (y final)

    -Hasta pronto, Pam.

    -Adiós, Adriana.

     La puerta del despacho de Adriana hace se cierra con un discreto “clic”.  ¿Como el “clic” que indica San Juan en el Libro del Apocalipsis?  Pues igual, igual.

     -Hey, Pecker, tengo tu cheque en mi mesa.

     -Ya.

    Miriam, Contabilidad, es una vieja amiga.  No íntimas, eso no.  Pero...  No sé cuántos años me viene dando la alegría de cobrar.  Nunca me ha dado el cheque tarde y nunca me lo ha dado mal, con otro nombre, otra fecha ni otra cantidad a pagar. 

    Es unos cuantos años mayor que yo.  Lleva las gafas con un cordoncillo fino de seguridad y cuando la mira a una directamente, deja que le resbalen puente de la nariz abajo para que no estorben por el camino.  ¿Cómo era eso que he pensado antes de un tobogán…?

       -Estás muy guapa para venir de un funeral.

       Me paro a firmar por detrás el cheque.  Somos bichos de costumbres.

       -¿Quién ha muerto? -me sonsaca, bajito y con tono de confidencia.

     Levanto la vista, la miro.  Miro el cuadro oscuro enmarcado detrás suyo.  Me veo reflejada en el cristal, difusa.

        Y tiene razón.  Estoy guapa. 

        Desesperadamente.


Entradas populares de este blog

Lluvia.

Diccionario antes de dormir.