Aquella primera novela que escribí...

 

Escribí mi primera novela en dos tirones, uno en agosto de 2008 y otro en el mismo mes de 2009.  Las vacaciones de verano me lo facilitaban. 

La titulé “¡Te leo, cielo!” pensando en una traducción al inglés que me permitiese jugar con la aliteración y la simetría.  Exacto: mi intención era que se leyese “I read you, dear!” 

Me parecía algo juguetón y divertido.  Si os fijáis, una “i” (latina) mayúscula debería ser básicamente lo mismo que el signo de exclamación de abertura.  Las consonantes “r” y “d” quedarían en espejo respecto al eje que marcara ese “you”… Que hasta podía escribirse “U”, puestos a seguir con la travesura.  Muy propio para crear un logo, o eso me parecía.

Y el título tenía todo el sentido del mundo: la protagonista de la novela –Pam Pecker, otra vez a darle cuerda a la aliteración- se dedica a leer originales para una editorial.  Se siente responsable de haber descubierto la obra que abrió la moda de las novelas de misterio histórico y conspiraciones con ínfulas culturetas; relegando así al resto de géneros al ostracismo, destruyendo carreras y contribuyendo al aburrimiento de millones de lectores que no encontraban en los estantes de las librerías de todo el mundo nada más que versiones malas de aquella primera obra inteligente, comercial, sorprendente y única.  Hundida un tiempo por la culpa, acaba teniendo la posibilidad de redimirse entrando en el juego de una historia de amor simple, quizá algo absurda…  Pero muy probablemente inevitable: la suya propia.

Pagué para que alguien la leyera (primer error de los escritores novatos). El informe venía a decir que aquello era “chick-lit”, toma, como si acercarse a un género que no presumiese de sesudo fuese un defecto –lo que venía a corroborar que la tesis de la novela había dado en la diana, ¿no os parece?- y luego le recriminaba que fuesen apareciendo personajes a lo largo de todo el relato (a mí me parece que enriquecían y completaban el viaje existencial de Pam, pero vale).

Qué queréis que os diga: me desilusionó ver por dónde podían ir los tiros a la hora de buscar editorial…  Conque tomé un par de decisiones que quizá fuesen un acierto.

En primer lugar, registré la obra en las oficinas más cercanas del Registro de la Propiedad Intelectual.  Hay un bonito ejemplar de aquella primera versión en sus archivos y me imagino que ahí seguirá hasta que esta frágil civilización nuestra se derrumbe, dejando en el camino del olvido a casi todo el arte de siglos.  Se salvará algo de lo que se haya levantado en piedra, como siempre…  O ni eso.

En segundo lugar, acabé por publicar mi novela en el blog que tenía en aquel tiempo.  Curioseando cómo iban las estadísticas, me quedó claro que alguien se la leyó enterita en Alemania.  ¡Muy bien!

Después, con los años, pasaron cosas.  Cerré aquel blog, abrí otros pero sin la novela, encuaderné un ejemplar impreso para mi uso personal, lo presté, lo di por perdido por circunstancias personales demasiado íntimas y complicadas para sacarlas a relucir aquí (quiero dejar claro que la persona que tenía el libro físico se desvivió por devolvérmelo), renegué de haberla escrito, después me arrepentí de darle la espalda y me atormentó no hallarla por ningún lado: busqué en mi puñado de pendrives y el archivo no aparecía por ninguna parte…  

Me desesperé y durante un tiempo, me rendí.  Sí, como suena.  Creía que jamás volvería a leerla.  Hasta que lamentándome por aquí y por allá (Jeremías de los Plumillas), resultó que una amiga se había sacado una copia digital y otra impresa en papel y por orden de los capítulos que aparecieron en su día en el blog.  ¿Quería que la buscara?  Le dije que sí.  Sin prisa, por supuesto, pero…

Pasó la pandemia.  Sí, ésa de la que la gente dice que aprendió no sé cuantas lecciones (aunque en general he llegado a la conclusión de que no es cierto ni de lejos).  Las prioridades inmediatas de la vida de cada cual se impusieron, era lo más sensato.

Y el año pasado recibí, por fin, el archivo digital.  Mi amiga decía que no había conseguido abrirlo, pero que quizá yo tuviera "...mejor mano o mejor suerte…"

Lo de la suerte me puso nervioso, porque no es mi fuerte (aunque rimar sin querer se me da de cine). 

Pero, sorpresa: el archivo se abrió a la primera en mi portátil. 

Y durante varias semanas estuve releyendo, editando, corrigiendo, puliendo…

La nueva versión de “¡Te leo, cielo!” seguro que tiene más del noventa por ciento de aquel primer borrador original.  He quitado un par de capítulos porque a) eran innecesarios y b) hacían más lento el fluir de la historia.  Sí, vale, eran graciosos.  Da igual, hay que saber cuándo (y dónde) cortar.  He reescrito frases torpes para que se lean con más facilidad.  Y, dado que en este nuevo mundo mandan la hipersensibilidad, las redes y la requetecorrección política, he revisado que no hubiese nada que pudiese ofender a nadie… No demasiado.  No a propósito.

Pero nunca se sabe.  Por una parte, basta que quieras hacer algo a la perfección para que te salga fatal.  Y, además, tengo clarísimo que ahí afuera siempre hay gente que te llevaría a la hoguera por decirle un mero “Buenos días”.

Así que al final la he dejado muy, muy parecida a como era en un principio (¿u os había despistado eso de “...más del 90%”?).  Es decir: absurda, chiflada, freaky, muy poco seria.  Y, no os equivoquéis, con una profunda compasión por Pam y el resto de los personajes…  Que están llenos de defectos, ya os daréis cuenta.  Pero, hey, ¿no lo estamos todos?  De eso se trata, ¿no?  Ah, y de virtudes (la otra cara de la moneda).  A fin de cuentas, entre lo uno y lo otro somos lo que somos: humanos.  Falibles.  Tantas veces egoístas, mezquinos o idiotas; o tiernos, divertidos, puede que maravillosos.

No quería publicarla en Amazon.  Total, si mis libros hasta ahora no venden nada de nada…  Y quizá, considerando la intrahistoria de esta novela, lo más apropiado sea volver a sacarla de nuevo en mi blog (el que tengo ahora) y que quien quiera –cinco, siete, vete a saber si hasta diez personas- se la lean gratis y con comodidad.  Yupi.

Me he decidido tras pensar que, tal y como lo estoy pasando últimamente…  1) Tenía todo el derecho del mundo y 2) Podía ser que me hiciera sentir mejor, aunque sólo fuese un poquito.  Ah, sí: 3) Había gente –fans de “…Fresco” y “…La mascota”, ¿os lo podéis creer?- que sabía de su existencia pero no había llegado a leerla y parecía desilusionada con la perspectiva de no poder hacerlo jamás de los jamases.  Igual hasta les doy una pequeña alegría.  Ojalá.

Así que nada: a continuación, de principio a fin (con permiso de Blogger), las aventuras de Pam Pecker en esta versión de “¡Te leo, cielo!” a la que le he limpiado los zapatos.  Se sigue notando que es una opera prima: torpe, entusiasta, pirada y deslumbrante de tanta pirotecnia...  Pero si me permitís presumir, tiene su gracia, es entretenida y está muy, muy bien cerrada.  Eso os lo aseguro.

¡Hale, a disfrutarlo!


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