Sí, es esa novela... 01 / Una declaración de lo más romántica.

 

 

Junio de 2008

           

¡Estoy harta de las novelas de templarios!

    Y de las de conspiraciones y de las de artistas del Renacimiento dejando mensajes cifrados escondidos por todas partes: detrás del forro de sus cuadernos de dibujo, en el relleno de los ravioli que cocinaban los domingos, bajo la tripa de una hucha de barro...  ¡Oink!

    Están llenas de complicaciones.  ¡Versos en escritura especular!  ¡Adivinanzas urdidas por matemáticos zurdos!  ¡Diarios de idiotas!  ¡Idiotas sin diario! 

    Muchas llevan planos, lo mismo del Jerusalén de tiempos de las cruzadas que del metro de Moscú en 1967...

   ¿Para qué? ¡Si hasta me cuesta encontrar las escaleras mecánicas en los grandes almacenes! 

    No puedo más: estoy asqueada.  De los tesoros de mentirijillas, de los nazis, de declinar verbos en lenguas muertas...  Y de que al protagonista le dé por parar la historia, describiendo boquiabierto y babeando cualquier maldita postal de guía turística durante más de cinco páginas:

 

    "...Hallé al rato el Bajorrelieve de San Barbilán Haciendo Bolillos.  Contemplé lleno de ternura cómo le colgaba el labio inferior, la nariz tosca, los párpados redondos a media asta; perdida su mirada en el ir y venir de las supuestas maderas y los hilos, laberinto de Ariadna en los gruesos dedos de piedra.  Leí en su tejer la palabra que atormentaba mis sueños desde hacía seis noches: ‘capibara’.  Sí, sí, ahí estaba, inconfundible pese a la adusta letra de rasgos góticos y el desgaste de cientos de años de besos píos, los de miles y miles de peregrinos.  Me temblaron las canillas.  Alargué la mano trémula deseando un milagro, una liberación... Por debajo del puño de la camisa asomó el reloj que me regalara Perla Mae el día que me operaron de golondrinos recurrentes y rompí en lágrimas, hundido en un vértigo de añoranza y hambre: la hora de comer había pasado hacía un buen rato...”

 

    Pero, a ver, ¿qué tiene esta gente contra los párrafos cortos?

    Me hastía y me repudre no encontrar sentido del humor ni –qué más querría- sensibilidad alguna. Ni, ya puestos, la menor pista que sugiera que el uuuuurgh llamémoslo “autor” escribió aquello porque le apetecía.

    Me llamo Pam Pecker.  Vivo en Londres.  Y a cambio de unos billetes al mes, trabajo para una editorial como lectora de manuscritos originales.

    Figúrate lo que me echan al correo.


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